Las dos orillas
Cayeron los templos, las insignias, los trofeos. Cayeron losmismísimos dioses. Y al día siguiente de la derrota, con las piedras de los templos indios, comen¬zamos a edificar las iglesias cristianas. Quien sienta curiosidad o sea topo, encontrará en la base de lascolumnas de la catedral de México las divisas mágicas del Dios de la Noche, el espejo humeante de Tezcatlipoca. ¿Cuánto durarán las nuevas mansiones de nuestro único Dios, construidas sobre las ruinas deno uno, sino mil dioses? Acaso tanto como el nombre de éstos; Lluvia, Agua, Viento, Fuego, Basura...
En realidad, no lo sé. Yo acabo de morir de bubas. Una muerte atroz, dolorosa, sin remedio. Unramillete de plagas que me regalaron mis propios hermanos indígenas, a cambio de los males que los españoles les trajimos a ellos. Me maravilla ver, de la noche a la mañana, esta ciudad de Méxicopoblada de rostros carcarañados, marcados por la viruela, tan devastados como las calza¬das de la ciudad conquistada. Se agita, hirviente, el agua de la laguna; los muros han contraído una lepra incura¬ble;los rostros han perdido para siempre su belleza oscura, su perfil perfecto: Europa le ha arañado para siempre el rostro a este Nuevo Mundo que, bien visto, es más viejo que el europeo. Aunque desdeesta perspec¬tiva olímpica que me da la muerte, en verdad veo todo lo que ha ocurrido como el encuentro de dos viejos mundos, ambos milenarios, pues las piedras que aquí hemos encontrado son tanantiguas como las del Egipto y el destino de todos los imperios ya estaba escrito, para siempre, en los muros del festín de Baltasar.
Lo he visto todo. Quisiera contarlo todo. Pero mis apariciones en...
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