Las Mujeres De Adriano

Páginas: 179 (44738 palabras) Publicado: 27 de septiembre de 2011
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LAS MUJERES DE ADRIANO – HÉCTOR AGUILAR CAMÍN

En los últimos años de su vida, mientras salían de su escritorio libros sin fin y del mío sólo artículos periodísticos, durante una larga temporada comí todos los meses con mi maestro, el historiador Justo Adriano Alemán, bautizado así por su padre en alabanza de Justo Sierra, cima de la historiografía mexicana del siglo XIX, y delemperador Adriano, el cesar filósofo de los romanos, cuya diversidad de amores y talentos es un lugar de culto en la memoria occidental.
Guardo nuestras conversaciones en una pila de notas que tomaba el mismo día, al llegar al periódico, después de cada encuentro, mientras escuchaba todavía la voz de Adriano. Hay en esas notas tanta sabiduría dicha al paso que no me atrevo a corregirlas ni apublicarlas. Son diamantes en bruto a los que les ha quitado bastante la transcripción; no puedo restituir su brillantez original y sería un insulto a la elegancia del habla de Adriano reproducirlas como están.
Comíamos en el club Suizo de la Ciudad de México, hoy perdido en el ciclón del cambio urbano. Era un lugar de sombras tenues y paredes de caoba. Tenía un ventanal que daba a un jardín condos fresnos altos. Recuerdo una algarabía de pájaros en las copas de los fresnos y a lo lejos, sobre la línea de la alberca, un bullicio de niños entrando y saliendo del agua.
Adriano llegaba a nuestra mesa del restaurante, siempre la misma, junto a las ventanas, en medio de largos preámbulos, luego de saludar a los meseros y a la cigarrera, al capitán que le anticipaba los platos del día yal barman que le ponía en la mano la copa de vino blanco con que empezaban nuestras comidas. Por lo general, yo esperaba ya sentado en la mesa. A sus sesenta y dos años, Adriano era un monstruo sagrado de la vida intelectual de México. Como sucede con algunas personas famosas, al gran historiador, a la celebridad de difícil acceso, la gente le llamaba familiarmente Adriano, lo mismo que a unconocido de toda la vida. De algún modo Adriano mismo autorizaba esa confianza. Pasaba entre cosas y personas dando la impresión de que las conocía de antiguo y estaba cómodo con ellas. Esa es la palabra que lo define mejor en mi recuerdo: parecía cómodo consigo, ajeno a la tensión y a la prisa, capaz de no dejarse apresurar por sus pensamientos o sus actos. Daba la impresión de hacer cada cosa hastaterminarla, con la dedicación del artesano que no emprende nada a las carreras ni abandona lo que no ha pulido suficiente. Ese Adriano recuerdo. Saludaba a cada gente, decía cada palabra, fumaba chupada tras chupada interminables cigarrillos negros, comía bocado a bocado, humedeciendo el ritual con atentos tragos de vino y, luego del café, con una estricta dosis de brandy que bebía a sorbos tanesmerados como los brillos de la copa.
Hablábamos de todo y nada, hasta que él tomaba la batuta sobre un tema o una idea. Recuerdo ahora un discurso sobre la forma como la civilización nos había hecho más sensibles al sufrimiento y menos aptos para los hechos duros de la vida: la violencia, la injusticia, la muerte. Recuerdo otro sobre una cortesana decimonónica que lo había sido sólo en laimaginación de sus inventores, uno de los cuales se mató por ella. Periodistas y poetas pintaron aquella belleza con violentos colores, hasta volverla una encarnación de la lujuria, ella que no quiso ser ni fue otra cosa que la mujer de un comerciante gordo, al que le dio seis hijos en otros tantos paréntesis de concupiscencia. La famosa hidalga lúbrica educó a sus hijos en el temor de Dios dentro delconvento laico que fue su casa, hasta que al fin de sus días civiles renunció a las glorias del mundo y se recluyó en un claustro para echarse en brazos de las verdaderas pasiones de su vida, que resultaron ser el tedio y la repostería.
Un lunes Adriano llegó a nuestra comida obsesionado con la historia que acababa de leer en los diarios. Un bígamo monumental se había casado con varias...
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