Libro Un Viaje Inesperado

Páginas: 8 (1980 palabras) Publicado: 14 de junio de 2012
Un viaje inesperado
Adolfo Bioy Casares  
(Del libro Historia desaforadas 1986)
En la desventura nos queda el consuelo de hablar de tiempos mejores. Con la presente
crónica participo en el esfuerzo de grata recordación en que están empeñadas plumas de
mayor vuelo que la mía. Para tal empresa no me faltan, sin embargo, títulos. En el año
ochenta yo era un joven hecho y derecho. Además heconversado a diario con uno de los
protagonistas envueltos en el terrible episodio. Me refiero al teniente coronel (S. R.) Rossi.
A simple vista usted le daba cincuenta y tantos años; no faltan quienes afirman que
andaba pisando los noventa. Era un hombre corpulento, de cara rasurada, de piel muy
seca, rojiza, oscura, como curtida por muchas intemperies. Alguien comparó su vozarrón,
propia de unsargento acostumbrado a mandar, con un clarín que desconocía el miedo.  
Inútil negarlo, ante el coronel Rossi me encontré siempre en situación falsa. Le
profesaba un vivo afecto. Lo tenía por un viejo pintoresco, valiente, una reliquia de los
tiempos en que no había criollos cobardes. (Advierta el lector: lo veía así en el ochenta y
en años anteriores.) Por otra parte no se me ocultaba quesus arengas por radio, de las 7
a. m., alentaban torvos prejuicios, alardeaban de una suficiencia del todo injustificada y
socavaban nuestras convicciones más generosas. A lo mejor por la manía suya de repetir
una máxima favorita (“Medirás tu amor al país, por tu odio a los otros”) dieron en
apodarlo el Caín de antes del desayuno. Me cuidé muy bien de protestar por esas burlas.
Lo cierto esque si yo estaba con él, trabajábamos y no había terceros; y si estaba con
terceros, no estaba con él para sentir su ansiedad por el apoyo de los partidarios más
leales (he descubierto que tal ansiedad es bastante común entre gente peleadora). Yo
solía decirme que mi deber hacia el viejo amigo y hacia la verdad misma, reclamaba una
reconvención de vez en cuando, un toque de atención por lomenos. Nunca fui más allá de
poner sobre las íes puntos tan desleídos que ni el coronel ni nadie los notó; y si en alguna
ocasión él llegó a notarlos, mostró tanta sorpresa y desaliento, que me apresuré a
repetirle que sus exhortaciones eran justas. A veces me pregunté si el que pecaba de
soberbia no sería yo; si no estaba tratando a un viejo coronel de la patria como a un niño
al que no debe unotomar en serio. A lo mejor me calumnio. A lo mejor entonces me
pareció una pedantería apenar a un ser humano en aras de la verdad, que no era más que
una abstracción.
El coronel vivía en una casa modesta, de puertas y ventanas altas, muy angostas,
en la calle Lugones. Para ir al baño o a la cocinita había que atravesar un patio con plantas
en tinajas y en latas de querosene, si mal norecuerdo. Cuando pienso en Rossi, me lo
figuro con el saco de lustrina para el trabajo de escritorio, siempre aseado, activo, frugal.
Todos los días compartíamos el mate y la galleta; los domingos, el mate y los bollitos de
Tarragona. Puntualmente, a la misma hora, creo que serían las siete de la tarde,bolsiqueaba la pitanza que me correspondía por las tareas de escribiente y corrector.
Debo admitirque la suma, en las anteriores épocas de grandeza y plata fuerte en las
mentalmente él vivía, hubiera significado una retribución magnífica. En resumen, y sobre
todo si lo comparo con otros personajes de nuestro gran picadero político, tan diligentes
para llenarse las alforjas, tan rumbosos con lo mal habido, no puedo menos que
felicitarme por haber hecho mis primeras armas de trabajo al ladode aquel viejo señor
despótico, pero recto.  
Ahora hablaré del mes de marzo del ochenta y de su terrible calor. Este nos pareció
tan extraordinario que en todo el país fue popular el dístico de mano anónima:
Hay algo cierto, y lo demás no cuenta: el  calor apretó en el año ochenta.
“La ola”, como entonces decíamos, sorprendió al coronel en medio de una de esas
campañas radiales en que...
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