LITERATURA SIGLIO xxi

 Cianuro y los ángeles.


Una nebulosa.El mundo era una nebulosa que veía bullir entre la palidez de los ficus y los cipreses añejos de Orrantia.Han sido cuarenta y seis años y le parece que fueron más.
Reflexiona: La vida no consistía en una cifrada cuenta de años sino en episodios circunstanciales.
Desde esa perspectiva ha vivido una centuria,y puede que más.
Deuna espesura aceitosa emerge el vaho húmedo de abril, vaporoso, tibio, que se extiende y compacta en la atmósfera.
Se dispersan, atomizan, evolucionan, masas informes de concreto y acero; luces y sombras, agudos perfiles de gentes. Distintas formas vertebradas se insinuaban entre la bruma calinosa: colibríes, jilgueros, palomas, garzas famélicas, perros que ladran y persiguen por algunas cuadras alos automovilistas que pasan raudos y se pierden en la niebla.
Una organización de insectos inespaciales pulula, se instala, gobierna en sus dominios vegetales que eran los húmedos y frondosos ramadales de terapéuticas madreselvas, helechos, rojizas poncianas colgadas de las plataformas salientes de los edificios que dan a la avenida Arequipa, por donde irrumpían los colectiveros y taxistasfragmentando ese amanecer oscilante ,liquidándolo con el ronquido trepidante de los motores ,el chirrido exasperante de los neumáticos, la oleaginosa combustión de monóxido.
Percibe en el aire caliente un resuello salitroso que parece impregnarlo todo.
Maldice el ulular de una bocina punzante.Cuando cruza la calzada, apenas puede oir el vociferar de los canillitas que zigzaquean temerariamenteentre las filas de automóviles.
Camina sin detenerse, a grandes trancos pero sin prisa. Antes de alejarse de la doble vía, alcanza a descubrir entre las copas de una doble hilera de palmeros, miríadas de desconocidos pájaros que se disputaban los nidales ocultos en el follaje.
Calles abajo ve desperezarse a un gato ceniciento en el alfeizar de una ventana .

Cuando Cianuro llega al edificio deoficinas de Camino Real, le parece que las mamparas transparentes se abren solas, como accionadas por circuitos eléctricos invisibles. Ese día de su vida,como tantos otros, le parece un sueño de sal.
Ha visto horas antes despertar a la ciudad en un haz de luz pálida proyectada como una película transparente sobre su piel, inundando sus arterias azules, difuminando la luminosidad somnolienta de lasúltimas farolas de alumbrado, remecida por los primeros cierzos de otoño bajo el cielo mineral de ese vecindario con olor a tierra húmeda que era San Isidro.
Ha recorrido a pie el trayecto desde aquel solar de Orrantia por orden del médico, repitiendo memorísticamente ese itinerario sembrado de casonas bellas, pero decadentes; dibujando con sus pies esa geometría inexacta de callesalquitranadas, interrumpidas por parques circulares donde mucamas de guardapolvos azules custodian a niños rubios que juegan, que gritan, que lloran, que corren y las hacen correr tras ellos; mestizas de pieles bruñidas, ojos oblícuos, cabelleras negras y espesas que madrugan y salen a comprar los matutinos sin hojearlos siquiera porque no saben leer; muchachas de cobre que coquetean y se dejan enamorar porlos guachimanes también cobrizos de los edificios de oficinas. Provincianas que se codean y rien al ver cagar impúnemente a los perros encorvados sobre la grama. Casi todas vienen de remotos caseríos de nombres impronunciables y algunas hablan quechua o aymara, pero prefieren hablar español estremezclado y rústico con un acento característico, muy andino.


A un lado de la admisión, en supupitre metálico, lo recibe sin sonrisas, espectral e inmóvil, Dorita Lévano, la telefonista de la cara de hiena, dolorosamente instalada en esa cabina que es como un cuadrilátero que la comprime en su magra masa específica como un huevo a un embrión de avestruz.
La observa con los auriculares puestos como todos los días de esos últimos quince años y todavía no le parece una persona familiar....