Lo Que Dicen Tus Ojo

Páginas: 25 (6001 palabras) Publicado: 16 de junio de 2012
A mi padre, por dos razones: por haberme inculcado el
hermoso hábito de la lectura y por presumir de mí.
A mi madre. No hay amor más grande que el de ella.
A mi adorado sobrino Tomás, mi hacedor personal de
milagros, con la gracia de Dios.

«Los ojos son los labios del espíritu».
CHRISTIAN FRIEDRICH HEBBEL

CAPÍTULO UNO

Estancia Arroyo Seco, Sierras de Córdoba.
Enero de 1961.

APOSTADA EN LA LOMA QUE DOMINABA EL

maizal, Francesca pensó: «Siempre amaré
este lugar, aunque pasen años, aunque nunca más vuelva a
verlo». Bajó corriendo y, por la alameda, tomó el camino
que conducía al casco de la estancia. «¿Y por qué no he
de volver a verlo?», se preguntó.
Reconoció de lejos al señor Esteban Martínez Olazábal, que, montado en su alazán, impartía órdenes a donCívico, el capataz. No se ocultó del patrón y continuó caminando; le tenía aprecio, siempre había sido bueno con
ella.
—¡Eh, Francesca! —se sorprendió Martínez Olazábal—. No te esperábamos hasta el sábado.
—Buenas tardes, señor. Buenas tardes, don Cívico.
—Niña —respondió el hombre, y se quitó la boina.
—Los planes eran que llegara el sábado —retomó
Francesca—, pero mi tío Alfredo me dio permisoy pude
venir hoy.

11

LO QUE DICEN

T US OJOS

—¡Ese Alfredo sí que te hace trabajar! —comentó
Esteban, risueño.
—Me gusta mi trabajo, señor —aseguró Francesca,
y la respuesta complació a Martínez Olazábal, que le palmeó la mejilla.
—¿Cómo andan las cosas por Córdoba?
—Todo bien, señor. No hay ninguna novedad en la
casa; excepto Onofrio, que...
—¿Qué le pasó?
—Por fortuna, nadagrave, señor. Mientras arreglaba las pizarras sueltas del techo, resbaló y...
—¡Dios mío! ¡Se cayó!
—No, señor, pero, al aferrarse a la cornisa, se lastimó la muñeca y hubo que enyesársela.
Martínez Olazábal saludó con premura y espoleó el
caballo, que se perdió en dirección al casco.
—¡A la perinola, que te me has puesto guapa! —exclamó Cívico, después de saber lejos al patrón.
Francescale dedicó una sonrisa antes de arrojarse a
los brazos del hombre que quería como a un abuelo.
—Ya contábamos los días con la Jacinta, para que llegara el sábado, digo. La niña Sofía —explicó Cívico, refiriéndose a la menor de don Esteban— nos mandó avisar que
venías ese día. ¡Cosa buena es que te hayas aparecido antes!
Se encaminaron a la casa de don Cívico, que, pese a
la buena remozada deaños atrás, con materiales seguros
y de calidad, no había podido quitarse el mote de «rancho».
Blanqueada a la cal y con tejas españolas, envuelta en un
eterno caos de gallinas, perros y cosas viejas arrumbadas,
constituía para Francesca uno de los recuerdos más gratos
de su infancia. Entraron, apartando el trapo que servía para mantener a raya a los insectos, y enseguida los envolvió el aroma apella caliente y a tortas fritas. Jacinta, la mujer de Cívico, arrojaba los pedazos de masa en la olla con
grasa hirviendo y canturreaba en voz baja.

12

F lorencia B onelli
—¡Dígnate a mirar, mujer! —le pidió el hombre.
—¿Pa’qué? ¿Pa’vé a un fulero como vo’?
—¡No, qué va! —repuso el capataz—. Mirá a quién
te traigo.
Jacinta, con las manos llenas de amasijo y la frente
manchada deharina, se dio vuelta fingiendo un disgusto que
se le esfumó nada más ver a Francesca en medio de la pieza.
Apenas atinó a limpiarse con el repasador antes de abrazarla y llenarla de elogios. Se sentaron a la mesa; el mate cimarrón, como le gustaba a Cívico, comenzó la primera vuelta, mientras las tortas fritas desaparecían del plato.
—Contanos, Panchita, qué es de tu vida —inquirió
Jacinta.—Nada nuevo. Sigo trabajando en el diario, con mi
tío Fredo. Me prometió que este año va a darme una columna.
—¿Una qué?
—Me va a dejar escribir algo y publicarlo.
—¡Mirámela vos, che Jacinta! ¡Si se nos va a hacer
importante la mocosa!
En menos de una hora, el matrimonio la puso al tanto de las novedades del campo: chismes de peones y hasta
de patrones, nacimientos de animales y...
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