LOS POCILLOS MARIO BENEDETTI

Páginas: 8 (1970 palabras) Publicado: 6 de mayo de 2015
LOS POCILLOS – MARIO BENEDETTI
Los pocillos eran seis: dos rojos, dos negros, dos verdes, y además importados,
irrompibles, modernos. Habían llegado como regalo de Enriqueta, en el último
cumpleaños de Mariana, y desde ese día el comentario de cajón había sido que podía
combinarse la taza de un color con el platillo de otro. "Negro con rojo queda fenomenal",
había sido el consejo estético deEnriqueta. Pero Mariana, en un discreto rasgo de
independencia, había decidido que cada pocillo sería usado con su plato del mismo
color.
"El café ya está pronto. ¿Lo sirvo?", preguntó Mariana. La voz se dirigía al marido, pero
los ojos estaban fijos en el cuñado. Este parpadeó y no dijo nada, pero José Claudio
contestó: "Todavía no. Espera un ratito. Antes quiero fumar un cigarrillo". Ahora sí ellamiró a José Claudio y pensó, por milésima vez, que aquellos ojos no parecían de ciego.
La mano de José Claudio empezó a moverse, tanteando el sofá. "¿Qué buscas?"
preguntó ella. "El encendedor". "A tu derecha". La mano corrigió el rumbo y halló el
encendedor. Con ese tembló: que da el continuado afán de búsqueda, el pulgar hizo
girar varias veces la ruedita, pero la llama no apareció. A unadistancia ya calculada, la
mano izquierda trataba infructuosamente de registrar la aparición del calor. Entonces
Alberto encendió un fósforo y vino en su ayuda. "¿Por qué no lo tiras?" dijo, con una
sonrisa que, como toda sonrisa para ciegos, impregnaba también las modulaciones de
la voz. "No lo tiro porque le tengo cariño. Es un regalo de Mariana".
Ella abrió apenas la boca y recorrió el labio inferiorcon la punta de la lengua. Un modo
como cualquier otro de empezar a recordar. Fue en marzo de 1953, cuando él cumplió
treinta y cinco años y todavía veía. Habían almorzado en casa de los padres de José
Claudio, en Punta Gorda, habían comido arroz con mejillones y después se habían ido a
caminar por la playa. Él le había pasado un brazo por los hombros y ella se había sentido
protegida,probablemente feliz o algo semejante. Habían regresado al apartamento y él
la había besado lentamente, amorosamente, como besaba antes. Habían inaugurado el
encendedor con un cigarrillo que fumaron a medias.
Ahora el encendedor ya no servía. Ella tenía poca confianza en los conglomerados
simbólicos, pero, después de todo, ¿qué servía aún de aquella época?

"Este mes tampoco fuiste al médico", dijo Alberto."¿Queréis que te sea sincero?''. "Claro."
"Me parece una idiotez de tu parte."
"¿Y para qué voy a ir? ¿Para oírle decir que tengo una salud de roble, que mi hígado
funciona admirablemente, que mi corazón golpea con el ritmo debido, que mis
intestinos son una maravilla? ¿Para eso queréis que vaya? Estoy podrido de mi notable
salud sin ojos."
La época anterior a la ceguera. José Claudio nunca habíasido un especialista en la
exteriorización de sus emociones, pero Mariana no se ha olvidado de cómo era ese
rostro antes de adquirir esta tensión, este presentimiento. Su matrimonio había tenido
buenos momentos, eso no podía ni quería ocultarlo. Pero cuando estalló el infortunio,
él se había negado a valorar su 'amparo, a refugiarse en ella. Todo su orgullo se
concentró en un silencio terrible,testarudo, un silencio que seguía siendo tal, aun
cuando se rodeara de palabras. José Claudio había dejado de hablar de sí.
"De todos modos deberías ir", apoyó Mariana. "Acuérdate de lo que siempre te decía
Menéndez". "Cómo no que me acuerdo: Para Usted No Está Todo Perdido. Ah, y otra
frase famosa: La Ciencia No Cree En Milagros. Yo tampoco creo en milagros."
"¿Y por qué no aferrarte a unaesperanza? Es humano".
"¿De veras?" Habló por el costado del cigarrillo.
Se había escondido en sí mismo. Pero Mariana no estaba hecha para asistir,
simplemente para asistir, a un reconcentrado. Mariana reclamaba otra cosa. Una
mujercita para ser exigida con mucho tacto, eso era. Con todo, había bastante margen
para esa exigencia; ella era dúctil. Toda una calamidad que él no pudiese ver; pero ésa
no era...
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