luna caliente
Mempo Giardinelli
Diseño de colección:
Josep Bagá Associats
Primera edición en esta colección: septiembre de 1999
© 1983, 2000, Mempo Giardinelli
Derechos exclusivos de edición
en castellano reservados para
Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay
© 2000, Editorial Planeta Argentina S.A.I.C. / Seix Barral
Independencia 1668, 1100 BuenosAires
Grupo Planeta
Hecho el depósito que indica la ley 11.723
ISBN 950-731-266-8
Impreso en la Argentina
Para Sergio Sinay, por la pasión común
por este género y por el inmenso cariño
de una amistad que, con los años,
pretendo acorazada.
Y para Osvaldo Soriano, por las mismas razones.
PRIMERA PARTE
La muerte es el hecho primero y más antiguo,
y casi me atrevería adecir: el único hecho.
Tiene una edad monstruosa y es sempiternamente nueva.
ELÍAS CANETTI
La conciencia de las palabras
I
Sabía que iba a pasar; lo supo en cuanto la vio. Hacía muchos años que no volvía al Chaco y en medio de tantas emociones por los reencuentros, Araceli fue un deslumbramiento. Tenía el pelo negro, largo, grueso, y un flequillo altivo que enmarcaba perfectamente sucara delgada, modiglianesca, en la que resaltaban sus ojos oscurísimos, brillantes, de mirada lánguida pero astuta. Flaca y de piernas muy largas, parecía a la vez orgullosa y azorada por esos pechitos que empezaban a explotarle bajo la blusa blanca. Ramiro la miró y supo que habría problemas: Araceli no podía tener más de trece años.
Durante la cena, sus miradas se cruzaron muchas veces, mientrasél hablaba de los años pasados, de sus estudios en Francia, de su casamiento, de su divorcio, de todo lo que habla una persona que los demás suponen trashumante porque ha recorrido mundo y ha vivido lejos, cuando regresa a su tierra después de ocho años y tiene apenas treinta y dos. Ramiro se sintió observado toda la noche por la insolencia de esa niña, hija del ahora veterano médico de campañaque fuera amigo de su padre, y que lo había invitado con tanta insistencia a su casa de Fontana, a unos veinte kilómetros de Resistencia.
La noche cayó con grillos tras los últimos cantos de las cigarras, y el calor se hizo húmedo y pesado y se prolongó después de la cena, rociada de vino cordobés, dulzón como el aroma de las orquídeas silvestres que se abrazaban al viejo lapacho del fondo dela finca. Ramiro nunca sabría precisar en qué momento sintió miedo, pero probablemente sucedió cuando descruzó las piernas para levantarse, al cabo del segundo café, y bajo la mesa los pies fríos, desnudos, de Araceli le tocaron el tobillo, casi casualmente, aunque acaso no.
Cuando se pusieron de pie para ir al jardín, porque el calor era sofocante, Ramiro la miró. Ella tenía sus ojos clavados enél; no parecía turbada. Él sí. Caminaron, con las copas en las manos, detrás del médico, que ya estaba bastante achispado, y de su esposa, Carmen, quien no dejaba de hablar. Los más chicos se habían acostado y Araceli, decía su madre, era raro que estuviera despierta a esa hora. "Los chicos crecen', dijo el médico. Y Araceli hizo como que miraba algo, al costado, en un gesto que Ramirointerpretó cargado de la intención de que él viera su media sonrisa.
Charlaron y bebieron en el jardín trasero, hasta las doce de la noche. Fue una velada que a Ramiro le resultó inquietante porque no podía dejar de mirar a Araceli, ni a su falda corta que parecía remontarse sobre las piernas morenas, suavemente velludas, impregnadas de sol, que en ese momento brillaban a la luz de la luna. Era incapazde apartar de su cabeza algunas excitantes fantasías que parecían querer metérsele en la conversación, y que no sabía reprimir. Araceli no dejó de mirarlo ni un minuto, con una insistencia que lo turbaba y que él imaginó insinuante.
Al despedirse, cometió la torpeza de volcar un vaso sobre la muchacha. Ella se secó la pollera, alzándola un poco y mostrando las piernas, que él miró mientras el...
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