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Mario Benedetti
La muerte y otras sorpresas
A Luz
Se miente más de la cuenta
por falta de fantasía:
también la verdad se inventa.
antonio machado
La muerte
Conviene que te prepares para lo peor.
Así, en la entonación preocupada y amiga de Octa
vio, no sólo médico sino sobre todo excompañero de liceo,
la frase socorrida, casi sin detenerse en el oído de Maria
no, había repercutido en su vientre, allí donde el dolor
insistía desde hacía cuatro semanas. En aquel instante
había disimulado, había sonreído amargamente, y hasta ha
bía dicho: «No te preocupes, hace mucho que estoy pre
parado». Mentira, no lo estaba, no lo había estado nunca.
Cuando le había pedidoencarecidamente a Octavio que, en
mérito a su antigua amistad («te juro que yo sería capaz
de hacer lo mismo contigo»), le dijera el diagnóstico ver
dadero, lo había hecho con la secreta esperanza de que el
viejo camarada le dijera la verdad, sí, pero que esa verdad
fuera su salvación y no su condena. Pero Octavio había
tomado al pie de la letra su apelación al antiguo afecto que
los unía, le habíaconsagrado una hora y media de su aco
sado tiempo para examinarlo y reexaminarlo, y luego, con
los ojos inevitablemente húmedos tras los gruesos cristales,
había empezado a dorarle la píldora: «Es imposible de
cirte desde ya de qué se trata. Habrá que hacer análisis,
radiografías, una completa historia clínica. Y eso va a demo
rar un poco. Lo único que podría decirte es que de esteprimer examen no saco una buena impresión. Te descui
daste mucho. Debías haberme visto no bien sentiste la
primera molestia». Y luego el anuncio del primer golpe
directo: «Ya que me pedís, en nombre de nuestra amistad,
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que sea estrictamente sincero contigo, te diría que, por las
dudas...». Y se había detenido, se había quitado los an
teojos, y los había limpiado con el borde de latúnica. Un
gesto escasamente profiláctico, había alcanzado a pensar
Mariano en medio de su desgarradora expectativa. «Por
las dudas ¿qué? —preguntó, tratando de que el tono fue
ra sobrio, casi indiferente. Y ahí se desplomó el cielo—:
Conviene que te prepares para lo peor».
De eso hacía nueve días. Después vino la serie de
análisis, radiografías, etcétera. Había aguantado los pin
chazos y laspropias desnudeces con una entereza de la que
no se creía capaz. En una sola ocasión, cuando volvió a casa
y se encontró solo (Águeda había salido con los chicos, su
padre estaba en el Interior), había perdido todo dominio
de sí mismo, y allí, de pie, frente a la ventana abierta de
par en par, en su estudio inundado por el más espléndido
sol de otoño, había llorado como una criatura, sinmoles
tarse siquiera por enjugar sus lágrimas. Esperanza, esperan
zas, hay esperanza, hay esperanzas, unas veces en singular
y otras en plural; Octavio se lo había repetido de cien mo
dos distintos, con sonrisas, con bromas, con piedad, con
palmadas amistosas, con semiabrazos, con recuerdos del
liceo, con saludos a Águeda, con ceño escéptico, con ojos
entornados, con tics nerviosos, conpreguntas sobre los
chicos. Seguramente estaba arrepentido de haber sido bru
talmente sincero y quería de algún modo amortiguar los
efectos del golpe. Seguramente. Pero ¿y si hubiera espe
ranzas? O una sola. Alcanzaba con una escueta esperanza,
una diminuta esperancita en mínimo singular. ¿Y si los
análisis, las placas, y otros fastidios, decían al fin en su
lenguaje esotérico, en suprofecía en clave, que la vida
tenía permiso para unos años más? No pedía mucho: cin
co años, mejor diez. Ahora que atravesaba la Plaza Inde
pendencia para encontrarse con Octavio y su dictamen
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final (condena o aplazamiento o absolución), sentía que
esos singulares y plurales de la esperanza habían, pese a
todo, germinado en él. Quizá ello se debía a que el dolor
había disminuido...
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