Marsan

Páginas: 17 (4141 palabras) Publicado: 16 de octubre de 2012
Una rosa para Emilia.
A rose for Emily; William Faulkner (1897-1962)
I.
Cuando murió la señorita Emilia Grierson, casi toda la ciudad asistió a su funeral;
los hombres, con esa especie de respetuosa devoción ante un monumento que
desaparece; las mujeres, en su mayoría, animadas de un sentimiento de curiosidad
por ver por dentro la casa en la que nadie había entrado en los últimos diez años,salvo un viejo sirviente, que hacía de cocinero y jardinero a la vez. La casa era una
construcción cuadrada, pesada, que había sido blanca en otro tiempo, decorada con
cúpulas, volutas, espirales y balcones en el pesado estilo del siglo XVII; asentada
en la calle principal de la ciudad en los tiempos en que se construyó, se había visto
invadida más tarde por garajes y fábricas de algodón,que habían llegado incluso a
borrar el recuerdo de los ilustres nombres del vecindario. Tan sólo había quedado la
casa de la señorita Emilia, levantando su permanente y coqueta decadencia sobre
los vagones de algodón y bombas de gasolina, ofendiendo la vista, entre las demás
cosas que también la ofendían. Y ahora la señorita Emilia había ido a reunirse con
los representantes de aquellosilustres hombres que descansaban en el sombreado
cementerio, entre las alineadas y anónimas tumbas de los soldados de la Unión,
que habían caído en la batalla de Jefferson.
Mientras vivía, la señorita Emilia había sido para la ciudad una tradición, un deber y
un cuidado, una especie de heredada tradición, que databa del día en que el
coronel Sartoris el Mayor -autor del edicto que ordenaba queninguna mujer negra
podría salir a la calle sin delantal -, la eximió de sus impuestos, dispensa que había
comenzado cuando murió su padre y que más tarde fue otorgada a perpetuidad. Y
no es que Emilia fuera capaz de aceptar una caridad. Pero el coronel Sartoris
inventó un cuento, diciendo que el padre de Emilia había hecho un préstamo a la
ciudad, y que la ciudad se valía de este medio para pagarla deuda contraída. Sólo
un hombre de la generación y del modo de ser del coronel Sartoris hubiera sido
capaz de inventar una excusa semejante, y sólo una mujer como Emilia podría
haber dado por buena esta historia.
Cuando la siguiente generación, con ideas modernas, maduró y llegó a ser directora
de la ciudad, aquel arreglo tropezó con algunas dificultades. Al comenzar el año
enviaron aEmilia por correo el recibo de la contribución, pero no obtuvieron
respuesta. Entonces le escribieron, citándola en el despacho del alguacil para un
asunto que le interesaba. Una semana más tarde el alcalde volvió a escribirle
ofreciéndole ir a visitarla, o enviarle su coche para que acudiera a la oficina con
comodidad, y recibió en respuesta una nota en papel de corte pasado de moda, y
tintaempalidecida, escrita con una floreada caligrafía, com unicándole que no salía
de su casa. Así pues, la nota de la contribución fue archivada sin más comentarios.
Convocaron, entonces, una junta, y una delegación para que fuera a visitarla. Allá
fueron y llamaron a la puerta, cuyo umbral nadie había traspasado desde que
aquella había dejado de dar lecciones de pintura china, unos ocho o diezaños
antes. Fueron recibidos por el viejo negro en un oscuro vestíbulo, del cual
arrancaba una escalera que subía en dirección a unas sombras aún más densas.
Olía allí a polvo y a cerrado, un olor pesado y húmedo. El vestíbulo estaba tapizado

en cuero. Cuando el negro corrió las cortinas, vieron que el cuero estaba agrietado
y cuando se sentaron, se levantó una nubecilla de polvo en torno asus muslos, que
flotaba en ligeras motas, perceptibles en un rayo de sol que entraba por la ventana.
Sobre la chimenea había un retrato a lápiz del padre de Emilia, con un deslucido
marco dorado. Todos se pusieron en pie cuando Emilia entró -una mujer pequeña,
gruesa, vestida de negro, con una pesada cadena en torno al cuello que le
descendía hasta la cintura y que se perdía en el cinturón...
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