Ni ojos
Encontré al sacerdote de la iglesia de Zarcero aplicado en faenas, sembrando unas flores en el parque frente al templo; encorvado, con sus manos llenas de tie ITa y secándose el sudor quele chorreaba por sus sienes con la m;mga de su camisa negra.
-¡Hola, padre.', soy Isaac Feline -le extendí mi mano.
-¡Don Isaac, el poeta? En verdad su nombre es muy conocido
por aquí;bueno, o por lo menos por mí que he leído varios de sus libros -dijo en tanto terminaba su) trabajos y se lavaba las manos para presentarse con la debida cortesía.
A primer golpe de vista me causóun sentimiento de empatía que atribuía a varios sacerdotes conocidos en mi vida. Pero, este último, desbordaba una cierta alegría interna y una serenidad de espíritu que se sentía revolotear corno unaura envolvente.
-Y .. ¿a qué se debe que loengamos por aquí?, ¿en qué le puedo ayudar?
-Bueno, padre, me trajo un as .into extraño y difícil de explicar.
Por lo tanto le ruego su enteradisposición. Además ... -hice una pausa mientras el padre despachaba a unos feligreses que llegaron a su encuentro.
En tanto eso sucedía empecé 1 reparar en su figura: A primera vista era un hombrede espíritu alegre por sus expresiones afables, ele buen comer por la anchura de sus carnes, de edad madura por los cabellos grises en sus sienes y de origen extranjero: italiano, por el acentoimborrable de su idi oma natal.
-Ahora sí, discúlpeme. ¿Dec ía usted? -lo vi ladear la cabeza y extender la palma ele su mano como expresión corporal de formular preguntas.
-¡Cómo decirlo?, creo quem tema es tan extraño que hasta se sale un poco de ciertos dogmas de la fe cristiana.
-Bueno, ¿de qué se trata el asunto: --dijo el padre mientras
abría sus ojos en forma interrogante y limpiabasus lentes con un pañuelo extraordinariamente bhnco.
-Perdón, pero sucede que me cuesta trabajo exponer hechos insólitos o de tal naturaleza, entonces ... verá: Se habrá enterado, usted, que...
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