Noelia
–¡Mierda!
El exabrupto resonó en el elegante despacho y Alistair Brooks, el socio principal del bufete de abogados Brooks y Dunn, alzó la mirada del informe que estaba escribiendo a mano en su escritorio de roble y preguntó:
–¿Qué pasa?
Jared Dunn lanzó con un floreo de su larga y bronceada mano la carta que acababa de recibir de su abuela desde Fort Worth, en Texas, ymasculló en voz baja:
–Mierda –permaneció sentado tras su escritorio, contemplando ceñudo la carta. Las gafas que se ponía para leer descansaban sobre su recta y elegante nariz, sobre ojos que podían abarcar toda una gama de tonalidades azuladas… desde el azul cielo hasta un gris plomo.
–¿Es un caso? –le preguntó Brooks.
–No, una carta de casa –hizo una pequeña mueca, y se reclinó en la silla conlas piernas cruzadas.
Tendía a apoyarse un poco más en la derecha, porque la herida de bala que había recibido en Terrell aún estaba bastante reciente y seguía doliéndole; después de someterle a un concienzudo examen, su propio médico había vuelto a vendársela y le había aconsejado que procurara no tocársela hasta que curara del todo. La fiebre se le había ido en los pocos días que llevaba enNueva York, y el dolor y la debilidad que sentía por culpa de la herida no se reflejaban en ningún momento en las firmes líneas de su delgado rostro.
–¿De Texas? –le preguntó Brooks.
–Sí, de Texas –no podía llamarlo su «hogar» exactamente, aunque a veces sentía que sí que lo era. Volvió la silla giratoria para mirar a su socio, que estaba en el extremo opuesto del elegante despacho de suelo demadera, muebles de roble y largas ventanas por las que entraba la luz a través de finas cortinas, y añadió–: He estado pensando en mudarme, Alistair. Seguro que Parkins estaría dispuesto a ocupar mi puesto en el bufete en caso de que me vaya, tiene conocimientos sólidos de derecho penal; además, lleva bastante tiempo ejerciendo, y se ha ganado una reputación admirable en el mundillo jurídico.Brooks dejó sobre el escritorio la pluma con la que estaba escribiendo, y soltó un profundo suspiro antes de decir:
–El caso de las tierras de Nuevo México te ha deprimido, ¿verdad?
–No es sólo eso, es que estoy cansado –se pasó la mano por el pelo. Lo tenía negro y ondulado, con pequeños toques plateados en las sienes, y las presiones de su profesión habían cincelado nuevas líneas en surostro–. Estoy cansado de trabajar en el lado equivocado de la justicia –al ver que Brooks enarcaba las cejas en un gesto de desaprobación, añadió–: No me entiendas mal, por favor. Me encanta practicar la abogacía, pero he dejado sin casa a familias que deberían tener derechos sobre tierras en las que han estado trabajando durante cinco años, y me siento asqueado. Da la impresión de que paso más...
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