Nunca lo supe
El silbido típico de la megafonía me despierta y se escapa. Otra vez recordando cosas que no debería volver a teneren mente. Me froto los ojos y miro alrededor. Sonrío a Charlie que me mira atento, escorado en una de las puertas automáticas de la cafetería. Se dirige hacia mí y me da un abrazo sin mediar palabra.Ahora todo vuelve a tener sentido. Vuelvo a sentir calor. Gracias. Le devuelvo un guiño confidente y entramos a disfrutar del menú del día. Él se apresura a sentarse en nuestra mesa para que nadienos moleste y yo me encargo de llenar las bandejas. Toco los fríos metales rectangulares y los empujo a través de la cinta negra automática que recorre toda la zona donde se sirve la comida. Primerocojo los cubiertos, luego un pan para cada uno y dos botellas de agua. Llego al primer “matadero” y le pregunto a la cocinera en qué consiste el plato del día. Me responde rancia —como de costumbre— ydeja caer una masa medianamente espesa de su cucharón sobre una bandeja y seguidamente sobre la otra. El mismo potingue canelo-grisáceo de anteayer. Debería hablar con el encargado del Ala 3 para darlecuenta de este servicio mediocre. Se supone que debemos ser bien tratados dado nuestro cometido aquí. Joder… que no somos perros. Termino de mirarla con asco y continúo hacia la segunda Repugnanciadel día a día: un filete de carne de vacuno muy hecho y casi quemado, acompañado de un puñado de zanahorias congeladas y una menestra igual de muerta. Todo esto sin sal, ni salsa alguna. Seco, cómo a...
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