Pene

Páginas: 134 (33469 palabras) Publicado: 21 de abril de 2013
Prólogo

Y al abrir los ojos, vio el resplandor.
Era la primera luz, todavía tenue, aún difusa, la
que le acababa de despertar, como cada mañana.
Y también como cada mañana, a pesar de que las
sombras dominaban su entorno con mayor fuerza
que la claridad, miró en primer lugar al hombre
negro del techo del barracón. Luego le sonrió.
—Hola, Johnny —susurró.
El desconchado no se movió;permaneció estático
en las alturas, como el reflejo de un imaginario
sueño.
Ni siquiera él sabía que Yu era su amigo secreto.
El chico se levantó de un salto, en silencio, con
la larga práctica ejercitada día tras día, y pasó por
encima de los cuerpos de sus hermanas. Su padre
y su madre dormían al filo del nuevo día.
La misma escena de siempre, sazonada cada
amanecer con una nuevaesperanza.
Sus pies descalzos se movieron con la agilidad
de un chimpancé. Salió fuera del barracón, donde
se hacinaban más de setenta personas, contando
los últimos refugiados recién llegados dos días antes.
Una vez en el exterior, se rascó por encima de
la sucia camiseta y buscó la posible presencia de
una chinche, para echar luego a correr por la callejuela
polvorienta y reseca. Era el únicomomento
en que se sentía solo, y siempre le parecía muy

especial, como si él fuese el único habitante del
campo. Después, todo se hacía más difícil: caminar,
respirar, incluso sonreír.
Y a Yu le gustaba sonreír.
La enfermera, la señora Potts, le había dicho el
primer día que su sonrisa era muy contagiosa.
Corrió por la callejuela de su barracón, a la que
llamaban eufemísticamenteAvenida de la Luz, porque
el sol golpeaba de lleno sobre ella cuando llegaba
a su cénit, y fue acercándose a su objetivo en
una breve carrera. No estaba lejos de las alambradas,
aunque en realidad dentro del campo nada
estaba lejos de ellas, así que llegó rápidamente a
su destino. Como cada mañana también, se pegó
a la primera, metió los dedos a través de los rombos
de la rejilla metálica yaproximó los ojos a lo
que constituía el límite de su mundo.
Yu no miró la segunda alambrada, ni se fijó en
la altura de cinco metros que tenía la primera, a
la que seguía pegado. Tampoco miró a derecha e
izquierda, en dirección a las dos torres de vigilancia.
Sólo formaban parte del paisaje en determinadas
ocasiones. Y nunca, desde luego, al amanecer.
El amanecer era el instante de lalibertad.
La máxima ilusión.
Centró su mirada en la montaña, distante, recortada
con suave perfección sobre la línea lejana
del horizonte. A su espalda, la noche era barrida
impetuosa aunque solemnemente por el resplandor
del día. Por delante, ese día era presagio y
también certeza. Si algo no fallaba nunca, si en
algo se podía confiar, era en que cada mañana él
estaría allí.
El sol.

Yuesperó. La cita tenía algo de mágica, y no
por conocida jornada a jornada era igual o repetida,
monótona o vulgar. Su madre le había dicho
que aquel sol era el mismo de la aldea, que aún
recordaba pese al paso del tiempo. Y que también
era el mismo que alumbraba el resto del mundo,
el gran mundo.
Hasta Australia.
Porque el sol era el más libre de los prodigios de
la naturaleza, el más vivo,el más poderoso y el
más fuerte. Su madre le había dicho que estaba allí
mucho antes de que llegaran ellos, y que seguiría
mucho después de haberse ido. Desde luego no se
refería a ellos mismos, o a los refugiados del campo.
Se refería a los humanos, a todos.
Claro que eso, para Yu, era demasiado profundo.
Se contentaba con saber que el sol, lo mismo
que la mancha negra con forma de hombredel techo
del barracón, era su amigo.
Esperó.
No demasiado. Los minutos se hicieron arrullo;
el silencio, música; la calma, paz. El resplandor fue
cada vez mayor; las sombras, menores. La sinfonía
de colores creció, apoderándose de un mundo que
parecía esperarla para despertar. El cielo dejó de
ser oscuro y se tornó rojo y amarillo, blanco y, de
nuevo, azul, aunque esta vez mucho más...
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