piper y josie

“Ah. La isla”, dijo Piper, pensativo. “La isla tiene una leyenda. Hace muchos años llegó un cacique mapuche llamado Huemul. El y su tribu ocuparon el lugar por muchos años, pero no se sabe qué pasó con ellos. Sólo se conoce que el gran Huemul fue enterrado debajo de un arrayán. Por eso se llama la Isla Huemul. Hay gente que dice que de noche el cacique sale a caminar por los bosques”.
 “¿Y sepuede visitar?” le preguntó mi tía.
Piper se mostró algo molesto y desvió la conversación: “No, pero hay muchos otros lugares para visitar.  Mañana deberίan  ir  al centro y anotarse en una excursión.”
Terminamos de comer, le agradecimos a Piper por la cena, y especialmente por los bizcochos austrίacos que nos habίa servido, y nos fuimos a dormir. Teníamos  tres  semanas  para estar en la casa yteníamos que hacer muchos planes para disfrutar nuestra estadía al máximo.
La mañana siguiente desayunamos temprano. Piper nos sirvió un suculento desayuno en el comedor, que nos sostuvo bien hasta la hora de almorzar. Fuimos al centro. Mamá y mi tía fueron de compras y compraron tejidos regionales para llevar de regalo. Yo quería comprarme algo para leer, y tenía ganas de un policial. Vi unagalería y entré. Dio la casualidad que la segunda tienda era una librería que estaba llena de libros en inglés y en alemán. Pregunté por la sección policiales y una mujer robusta y bajita me señaló unos estantes. Compré El Hotel Magestique de Simenon. Cuando estaba pagando, vi una copia suelta de 1984 de George Orwell. Como nunca lo había leído pensé que ésta sería la oportunidad y lo compré.
Alsalir, me encontré con mi familia y seguimos caminando y explorando  la ciudad. Visitamos el Centro Cívico. Sentí estar en cualquier otro lugar salvo la Argentina. Oí a mucha gente hablando en idiomas extranjeros, particularmente en francés y en alemán. Me sorprendió.
Volvimos al chalet a eso de las dos de la tarde. Piper nos estaba esperando con el almuerzo. Ni bien entré, me preguntó en un inglésperfecto: “I see you like detective stories.”
Los libros que había comprado los tenía en la cartera, y no había manera de que Piper los haya podido ver. Le contesté sonriendo: “¿How do you know?”
“Tengo mis contactos…”, dijo, esta vez en español. “Seguro que te gustan las novelas de Orwell…”
“Si, asi es,” le contesté, extrañada por su último comentario. Las seguί a Mamá y a mi tίa al comedorpara encontrarme con un almuerzo de Wiener Schnitzer y  ensalada de papas.
Piper nos explicó que era una comida que los austríacos habían copiado de los italianos. Este señor Piper nos tenía cada vez más intrigadas. Su inglés era mejor que perfecto y, cuando supo que mi tía hablaba francés fluido, se puso a dialogar con ella en ese idioma. Notamos, sin embargo, que cualquier intento de averiguaralgo acerca de su vida lo ponía nervioso. Nunca pudimos extraerle mucha información.
No obstante, la vida en la “Casa de los Generales” era placentera y hasta rutinaria, al menos en los primeros cinco días. Tomábamos alguna excursión por las mañanas (conocimos Puerto Blest, Puerto Pañuelo, el Cerro Catedral  y el Hotel Llao Llao) y, cuando  volvíamos  a la  tardecita éramos fielmente recibidos porPiper, con alguna  tarta de cerezas ,  scones  o apfel strudel. Antes de cenar, en la claridad de la noche del sur, acostumbrábamos sentarnos en el jardín para jugar a las  cartas, o leer algún libro de la biblioteca de la casa. Yo me enganché con un libro muy interesante que Perón había escrito sobre los indios Patagones.
Una de esas primeras tardes, mientras mamá y mi tía caminaban por eljardín, se les cruzó Piper, que vivía en la casita de los caseros al fondo del parque. Piper las saludó y mi tía lo felicitó por unas flores que crecían a lo largo de la entrada de su casa. “¿Gustarían pasar?” dijo Piper. Pasaron al comedorcito y, mientras Agatha, que era una gran conversadora, le hablaba, Mamá vió a su izquierda una cortina azul. Curiosa, pensando que era un placar escondido, corrió...