Shriver Lionel Tenemos Que Hablar De Kevin

Páginas: 762 (190267 palabras) Publicado: 3 de septiembre de 2015
Eva es autora y editora de guías de viaje para gente tan urbana y feliz como ella.
Casada desde hace años con Franklin, un fotógrafo de publicidad, decide, con muchas
dudas, cerca de los cuarenta años, tener un hijo. Y el producto de tal indecisión será Kevin.
Pero casi desde el comienzo, nada se parece a los mitos familiares de la clase media urbana
y feliz. Eva siente que Franklin se haapoderado de su maternidad, convirtiéndola en el
mero contenedor del hijo por nacer. Y Kevin es el típico bebé difícil, que tortura con sus
llantos, que no quiere comer. Se convertirá en el terror de las niñeras, en un adolescente
terrible, en el antihéroe a quien sólo le interesa la belleza de la maldad. Al llegar la
sangrienta, mortífera epifanía de Kevin, dos días antes de cumplir los dieciséis años,el niño
es un enigma para su madre.

Lionel Shriver

Tenemos que hablar de Kevin

Título original: Tenemos que hablar de Kevin
Lionel Shriver, 2003.
Traducción: Javier Calzada.
Retoque de portada: SebastiánArena

Para Terri.
Una de las peores situaciones posibles, de la que nos libramos las dos.

Un niño necesita más vuestro amor
cuando menos lo merece.
ERMA BOMBECK

8 DE NOVIEMBRE DE 2000Querido Franklin,
No estoy segura de por qué un incidente sin importancia esta tarde me ha impulsado
a escribirte. Pero, puesto que estamos separados, tal vez sea que ahora te echo más de
menos al llegar a casa para contarte las curiosidades de mi jornada, tal como el gato podría
dejar unos ratones a tus pies: la pequeña y humilde ofrenda que se hacen las parejas tras un
día de haber estadocazando en patios separados. De seguir tú aún instalado en mi cocina,
extendiendo capas de mantequilla de cacahuete en crujientes tostadas de pan integral
aunque ya fuera casi la hora de cenar, aún no me habría dado tiempo de dejar las bolsas
—de una de las cuales estaría rezumando una especie de baba viscosa— cuando estaría
contándote esta pequeña historia incluso antes de advertirte de que esa nochecenaríamos
pasta y de rogarte que, por tanto, hicieras el favor de no zamparte aquel monumental
emparedado.
En los primeros tiempos, por supuesto, mis relatos eran más bien importaciones
exóticas de Lisboa…, de Katmandú… Pero puesto que, en realidad, nadie quiere oír
historias de tierras lejanas, hasta yo pude detectar en tu reveladora cortesía que preferías
detalles anecdóticos más próximos aambos, como, por ejemplo, una excéntrica discusión
mía con un cobrador de peaje en el Puente George Washington. Rarezas triviales que
ayudaran a ratificar tu punto de vista de que mi periplo extranjero era sólo una especie de
engaño. Mis recuerdos —un paquete de galletas belgas rancias, mi versión británica del
término «paparruchas» (¡codswallop!)— recibían un toque de magia por la simple
evocación dela lejanía. Como esas chucherías que intercambian los japoneses —en una
caja, dentro de una bolsa, otra caja dentro de otra bolsa—, el brillo de mis regalos de tierras
lejanas era puro envoltorio. ¡Cuánto más importante es el logro de sobrevivir en medio de
la zafiedad del feo y viejo estado de Nueva York o de obtener unos instantes de morbosa
satisfacción durante una simple visita alsupermercado Grand Union de Nyack!
Que es, justamente, donde se inicia mi relato. Parece que, por fin, estoy aprendiendo
lo que siempre has tratado de enseñarme. Que mi país es tan exótico e incluso tan peligroso
como Argelia. Yo estaba en la sección de lácteos y no necesitaba, ni quería, gran cosa.
Ahora ya nunca como pasta, puesto que tú no estás para ayudarme a despachar la mayor
parte de la fuente. Deveras que echo en falta tu glotonería.
Aún me resulta difícil dejarme ver en público. En un país que, como dicen los
europeos, apenas tiene «sentido de la historia», tal vez pienses que puedo ser un caso más
de la proverbial amnesia de América. No tengo esa fortuna. Nadie en esta «comunidad» da
pruebas de querer olvidar, y eso que han pasado ya un año y ocho meses justos. Por lo
tanto, tengo que...
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