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Páginas: 162 (40291 palabras) Publicado: 2 de octubre de 2012
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ANTROPOLOGÍA, LA CIENCIA DEL HOMBRE MARGARET MEAD

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1 LA ANTROPOLOGÍA ENTRE LAS CIENCIAS
Me considero afortunada de poder hablar en 1960, en el comienzo de un período dentro del cual,ciertamente, la antropología en su aspecto teórico estará más activa y será más útil para el país y el mundo que lo que fue en la década pasada. La muerte, durante este año, de Alfred Kroeber y Clyde Kluckhohn ha puesto agudamente ante mi conciencia, y creo también ante la conciencia de muchos antropólogos, la especial necesidad que tenemos de conservar a quienes nunca permiten que su activa fidelidad a supropia disciplina los absorba y los aísle de la comunidad de los científicos y estudiosos. Los antropólogos se hallan mejor dotados que los integrantes de la mayoría de otras disciplinas para contribuir activamente al progreso del pensamiento ordenado, si bien estamos sujetos también a formas particulares de inclinaciones rutinarias que nos aíslan. Parece oportuno que consideremos estas aptitudesesenciales que nos unen y a veces nos separan de la comunidad intelectual más amplia, en este año en el que hemos perdido los últimos de aquellos que siempre deben destacarse como gigantes porque ellos representaban- al crecer dentro de la disciplina- con mayor autoridad la antropología que los más jóvenes. En 1932, me hallaba sentada en la cumbre de una colina de una aldea de Nueva Guinea- en laque permanecí siete largos meses- mientras leía una carta que describía la posibilidad de que una importante fundación pudiera otorgar dos millones de dólares como fondo para un proyecto de exploración de cinco años a fin de investigar las culturas mundiales primitivas sobrevivientes no estudiadas. Aquí, desde cierto punto de vista, se trataba de un sueño que se tornaba verdadero; Franz Boas yRadcliffe-Brown habían formulado cada uno planes tras planes para los institutos que emprenderían la exploración de regiones enteras sistemáticamente, cada sector de búsqueda de un investigador vincula3

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do íntimamente con el del otro. Sería cumplida, pues, la responsabilidad principal de los antropólogos de rescatar, registrar ypublicar la información sobre estas culturas y pueblos que desaparecían. Pero en tanto permanecía sentada allí, con la pequeña aldea rodeada por la niebla que no desaparecería hasta dentro de una hora, de modo que sólo una ocasional hoja de papaya se destacaba contra los muros de impenetrable blanco, advertí rápida y agudamente que nosotros éramos muy pocos. No había suficientes antropólogos adiestradosen el mundo para gastar ese dinero pronta, sabiamente y bien. O deberíamos enviar estudiantes inmaduros aún no adiestrados hacia el terreno con tareas enormemente pesadas para sus jóvenes hombros- como RadcliffeBrown mandó a Hogbin a Rennel Island porque la ocasión se presentó y nadie más podía ir- o los pocos que nosotros éramos tendríamos que empezar a trabajar con frenético desprecio sobrecuándo y cómo algo sería publicado, llenando nuestros cuadernos de apuntes con indescifrables notas que otros colegas escudriñarían sin provecho años después que nosotros hubiéramos muerto. Varias muertes sobre el terreno estaban muy cercanas en esos días: Deacon murió en las Nuevas Hébridas (y Camila Wedgwood apresuraba en esos momentos su vida tratando de terminar su incompleto trabajo); Sullivanmurió en 1925 de tuberculosis; Haeberlin falleció de diabetes antes de haber comenzado su tarea. Nosotros éramos “pocos, muy pocos”, yo repetía, y bajo el agudo acicate de la preocupación me preguntaba qué otra salida se ofrecía. ¿Sería posible pedir a cada una de las disciplinas (esa palabra “disciplina” no se había inventado aún en su presente uso) que estudiaban el comportamiento humano-...
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