sisntesis
J. J. Rousseau
INTR ODUCCION
La celebridad de Rousseau data del Discurso sobre las ciencias y las artes y si hubo que esperar al Discurso sobre el origen de la desigualdad para que «el músico Rousseau» llegara a ser «el filósofo Rousseau», fue porque la representación del Adivino del pueblo y aún más la Carta sobre la música francesapudieron hacer creer al público que la música ocupaba en su vida un lugar más importante que la filosofía1. Como es costumbre, se vieron más claros los hechos retrospectivamente y Rousseau logró hacer de «ese instante de extravío» que lo revelaba a sí mismo el origen de su gloria y de sus desgracias.
«Esta obra que ha merecido un premio y que me ha dado renombre es, como mucho, mediocre»,escribirá más tarde como Advertencia; y precisará en el libro VIII de las Confesiones. «Esta obra, llena de calor y de fuerza, carece absolutamente de lógica y de orden; de todas las que han salido de mi pluma es la más endeble en cuanto a razonamiento y la más pobre en cuanto a cifra y armonía.» juicio que únicamente nos parecerá severo si incluimos en este Discurso todo lo que no hay y queRousseau explicitará más tarde. La Academia de Dijon había intentado rejuvenecer una antigua discusión haciendo entrar en ella un elemento de la mitología de las Luces, el «restablecimiento de las ciencias y de las artes» después de la noche de la Edad Media. Quizá esperaba un elogio a Francisco I, a Enrique IV o a Luis el Grande. Pero Rousseau, que prefiere a Licurgo y a Fabricio, abandonadeliberadamente el contexto histórico impuesto por la pregunta y vuelve a la oposición clásica entre la ciencia y la virtud. Los Padres de la Iglesia habían discutido largamente acerca de las letras paganas y de la virtud cristiana; San Agustín en particular se había reiterado en numerosas ocasiones y había dedicado al tema los cuatro libros de De doctrina cristiana. El siglo XVI había continuado ladiscusión exaltando la piedad en perjuicio de las letras antiguas o de la escolástica medieval. Entonces no era una paradoja el preferir la sencillez evangélica a los prestigios de una vana curiosidad intelectual, el recordar, de acuerdo con Rebeláis, que «ciencia sin conciencia no es sino ruina del alma», el denunciar junto a Montaigne -muy utilizado por Rousseau- y a Agrippa de Nettesheim -al quepronto descubrirá- la incertidumbre, la vanidad y el peligro moral que constituyen los conocimientos ilusorios. Pero la revolución cartesiana, el desarrollo de las técnicas, los progresos del lujo y del confort habían deslumbrado suficientemente los espíritus como para que la antigua desconfianza cristiana y escéptica apareciera como una paradoja insostenible.
En el fondo del problema, Rousseau nose distingue por el rigor del análisis o del razonamiento. Las «pruebas» históricas se asestan con más vigor que precisión o respeto hacia los hechos. Las «artes» están condenadas tanto más duramente cuanto que la misma palabra designa indistintamente los artificios del protocolo mundano, las técnicas que proporcionan lujo o molicie y las bellas artes que prefieren lo bonito a lo sublime. Unaincertidumbre todavía más grave oculta el origen de nuestras desgracias: ¿Hay que creer que, en «la sencillez de los primeros tiempos», los hombres eran «inocentes y virtuosos» y que se corrompieron por las ciencias y las artes? ¿O hay que admitir, por el contrario, que «los hombres son perversos» y que «las ciencias y las artes deben (...) su nacimiento a nuestros vicios»? La nostalgia delos orígenes acompaña normalmente al desprecio del mundo y Rousseau sueña con la época de las cabañas como Pascal con la Iglesia primitiva; pero su sistema todavía no está constituido. Por mucho que haya dicho más tarde, en particular en la carta dirigida a Malesherbes y fechada el 12 de enero de 1762 o en el segundo Diálogo, la iluminación de Vincennes no le reveló una interpretación...
Regístrate para leer el documento completo.