El padre Rinaldini no era padre de teorías teológicas, ni de humildes, ni de pobres, era padre de una literatura impía, según él y el guardiánde algún que otro arte abstracto y mundos inentendibles. Allí en su cueva fue donde odió al universo fantástico, juzgando de mentirosos a genios, ymaldiciendo de ciegos a bizcos. Allí bajo una sotana cubierta de polvo, argumentó el olvido justificado de un solo sueño europeísta, quizás nadiesepa que Borges demostraba su amor por esta patria argentina perdida a través de sus fantasías metafóricas que algún día odiaremos todos. Esoscuentos intelectuales de maestros perdidos o exiliados que llevamos en la sangre ¿Quién no ha leído una obra de Borges? Y sin embargo, seguimosllamándonos de una manera despectiva que el mismo Borges con sus ojos perdidos y su amor al mundo patriótico nos hizo apreciar con esas complejidadesque sólo él, en cuestión de vida o muerte saca a relucir. “¡Pobre Borges!” pensaba Rinaldini que leía más sus cuentos que el mismo evangelio.
Cadamañana vivía en un cuento distinto, quién sabe cuál le tocaría hoy, quizás interprete con desgano a Recabarren, o se pierda entre los aljibes deAsterión pero el punto era que odiaba aquellos cuentos borgeanos que, inevitablemente le invadían el alma.
Abre los ojos, son más de las diez de lamañana ¿hoy qué le tocaba? En eso el timbre suena, dos jóvenes cruzan el umbral contándole que han visto a Borges. Solo entonces pudo liberarse.
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