Solo
-¿Aurelio?.
-Sí. ¿No lo conoce?.
La conversación era difícil, no sólo porque no existía ningúnpunto de contacto entre aquel hombre y yo, sino porque, con seguridad, no lo habría aunque los dos llegáramos a ser ––¿quién sabe si ya lo éramos?–– de la mismacategoría. Veía en él algo que no me gustaba y ese algo era su excesivo desarrollo muscular, visible principalmente en las piernas, gruesas en demasía, y en sushombros, anchos y caídos. ¿Quién era? A pesar de su voz bondadosa no había en él nada fino, y ni sus ojos claros ni su pelo rubio y ondeado, ni su piel blanca, nisus manos limpias me inclinaban hacia él. Noté, de pronto, que me hacía con los ojos un guiño de advertencia: «Mire hacia el patio». Miré: el hombre de la tardeanterior, el de la voz tajante, atravesaba el patio, saliendo de la sombra al sol. Caminaba con pasos firmes, haciendo sonar los tacones sobre las baldosas decolores.
-Ese es Aurelio.
Durante un instante sentí el deseo de llamarle: «Eh, aquí estoy», pero me retuve. Estaba yo en una zona en que la infancia empezaba atransformarse y mi conciencia se daba un poco cuenta de ese cambio. Una noche en una comisaría y un día, o unas horas nada más, en el calabozo de un Departamento dePolicía, junto a unos hombres desconocidos, era toda mi nueva experiencia y, sin embargo, era suficiente.k k k k k k k k kk k k k k k kk k k k kk k k kk k k kk k kk
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