Textos Clásicos Sobre Democracia Y Ciudadanía
CIUDADANÍA Y DEMOCRACIA
El hombre, es por naturaleza, un animal cívico […] La razón de que el hombre sea
un ser social, más que cualquier abeja y que cualquier otro animal gregario, es
clara. La naturaleza, pues, como decimos, no hace nada en vano. Sólo el hombre, entre los animales, posee la palabra. La voz es una indicación del dolor y del
placer; por eso la tienen también los otros animales. (Ya que su naturaleza ha
alcanzado hasta tener sensación del dolor y del placer e indicarse estas sensaciones
unos a otros.) En cambio, la palabra existe para manifestar lo conveniente y lo
dañino, así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio de los humanos frente a los demás animales: poseer, de modo exclusivo, el sentido de lo bueno y lo malo,
lo justo y lo injusto, y las demás apreciaciones. La participación comunitaria en
éstas funda la casa familiar y la ciudad
Aristóteles,
Política
, trad. de Carlos García Gual, Madrid, Alianza, 1986, libro I, cap. 2, pp. 4344.
Donde no se dé la justicia que consiste en que el sumo Dios impere sobre la sociedad y que así en los hombres de esta sociedad el alma impere sobre el cuerpo
y la razón sobre los vicios, de acuerdo con el mandato de Dios, de manera que todo
el pueblo viva de la fe, igual que el creyente, que obra por amor a Dios y al
prójimo como a sí mismo; donde no hay esta justicia, no hay sociedad fundada en
derechos e intereses comunes y, por tanto, no hay pueblo, de acuerdo con la auténtica definición de pueblo, por lo que tampoco habrá política, porque donde no
hay pueblo, no puede haber política
Agustín de Hipona,
La ciudad de Dios
, XIX, cap. 23
Pero me parece que se ha de afirmar que de la potestad regular y ordinaria
concedida y prometida a S. Pedro y a cada uno de sus sucesores por las palabras de
Cristo ya citadas [“lo que atareis en la tierra, quedará atado en el cielo”] se han de exceptuar los derechos legítimos de emperadores, reyes y demás fieles e infieles
que de ninguna manera se oponen a las buenas costumbres, al honor de Dios y a la
observancia de la ley evangélica […] Tales derechos existieron antes de la
institución explícita de la ley evangélica y pudieron usarse lícitamente. De forma
que el papa no puede en modo alguno alterarlos o disminuirlos de manera regular y ordinaria, sin causa y sin culpa, apoyado en el poder que le fue concedido
inmediatamente por Cristo. Y si en la práctica el Papa intenta algo contra ellos [los
derechos de los emperadores y reyes], es inmediatamente nulo de derecho. Y si en
tal caso dicta sentencia, sería nula por el mismo derecho divino como dada por un
juez no propio.
Guillermo DE OCKHAM,
Sobre el gobierno tiránico del Papa. Trad. P. Rodríguez. Madrid, Tecnos, 2001, pp.
6061 (traducción adaptada).
Pero, siendo mi propósito escribir algo útil para quien lo lea, me ha parecido más
conveniente ir directamente a la verdad real de la cosa que a la representación
imaginaria de la misma. Muchos se han imaginado repúblicas y principados que nadie ha visto jamás ni se ha sabido que existieran realmente; porque hay tanta
distancia de cómo se vive a cómo se debería vivir, que quien deja a un lado lo que
se hace por lo que se debería hacer, aprende antes su ruina que su preservación:
porque un hombre que quiera hacer en todos los puntos profesión de bueno, labrará
necesariamente su ruina entre tantos que no lo son. Por todo ello es necesario a un príncipe, si se quiere mantener, que aprenda a poder ser no bueno y a usar o no
usar de esta capacidad en función de la necesidad
MAQUIAVELO,
El príncipe
. Trad. M. A. Granada, Madrid, Alianza, p. 83.
Para que las supremas autoridades del Estado conserven mejor el poder y no haya
sediciones, es necesario conceder a los hombres la libertad de pensamiento y ...
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