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Deseo

Vivimos en una sociedad de deseos que desean deseos.

La interpretación de Hegel que hace Kojève, pienso, es una nueva cachetada
para el sujeto de la razón occidental. Deseos que nos tienen, nos someten, nos atraviesan, nos habitan, y que de ningún modo poseemos. Ya el psicoanálisis le había informado el sujeto racional occidental que sus propios actos no estaban bajo su dominio,sino que, muy por el contrario, estaban determinados por un Inconsciente con legalidad propia que regía sobre ellos. Ahora, además, Kojève se encarga de avisarle que ni siquiera es el dueño de ese deseo que creía (engañado) poseer. No hay ya más sustancialidad del ser. El deseo nos ocupa. Somos sus huéspedes momentáneos, al modo de un demonio que se aloja en un cuerpo poseído.
Ese deseo “deseadesear”; no la posesión del objeto (que-de hecho- es imposible, ya que el otro es inapropiable), sino la búsqueda. Además, ese deseo esta siempre acompañado por la inconformidad, por la angustia necesaria que surge como motor del buscar, del movimiento.

El deseo precisa una fuga.

Su realización implicaría libertad, que es, en realidad, ilusoria. El deseo que nos goza, que nos ocupa y–ficcionalmente- se nos presenta manso, poseído por el sujeto al que habita, está, además, gobernado por palabras que lo piensan y que surgen en el horizonte sociocultural. Nos creemos libres, pero nos rigen fuerzas que nos exceden.

Como Edipo, que, hipnotizado por la ilusión de libertad, cuanto más creía alejarse más se acercaba a su destino.

Escribe Fabián Casas, en su poema Doxa, “Alguien talla,desde que naciste/ un ostracón con tu nombre”. En la antigua Grecia se solía escribir en ostracones los candidatos al destierro (ostracismo, de ahí). El mismo Edipo termina condenado al destierro, ese es su destino. Y cada uno tiene el suyo esperando hacia el final, jugando con ventaja, para unir los puntos. No debería perturbarnos.
La idea de el deseo que, al mismo tiempo que atraviesa con gocenuestro cuerpo, queda gozado por el consumo de querer más, y el hecho de su surgimiento en un horizonte sociocultural determinado, nos permite pensar la situación en la sociedad capitalista actual, dónde el capitalismo opera-técnica mediante- sobre el deseo y la angustia, profesando la promesa del Absoluto, del goce ilimitado.

El sistema satura de objetos el mundo que se presentan como la calmade la angustia, como el colme posible del deseo. Cuando no, como mínimo, afecta con su prisma, con sus modos, con sus formas –incluso- a lo inmaterial: las relaciones amorosas, los vínculos, la comunicación social, etc.

El capitalismo pretende (y desgraciadamente muchas veces logra-aunque sólo sea en contados aspectos-) hacer de nosotros un producto más.

Erich Fromm afirma que lasrelaciones amorosas humanas están regidas(en su mayoría) también por leyes similares a las que rigen el mercado y siguen esquemas parecidos. Cito, de "El arte de amar": 

"Toda nuestra cultura está basada en el deseo de comprar, en la idea de un intercambio
mutuamente favorable. La felicidad del hombre moderno consiste en la excitación de contemplar las vidrieras de los negocios, y en comprar todo loque pueda, ya sea al contado o a plazos. El hombre (o la mujer) considera a la gente en una forma similar. Una mujer o un hombre atractivos son los premios que se quiere conseguir. «Atractivo» significa habitualmente un buen conjunto de cualidades que son populares y por las cuales hay demanda en el mercado de la personalidad. Las características específicas que hacen atractiva a una personadependen de la moda de la época, tanto física como
mentalmente. (...)

De ese modo, dos personas se enamoran cuando sienten que han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado, dentro de los límites impuestos por sus propios valores de intercambio. Lo mismo que cuando se compran bienes raíces, suele ocurrir que las potencialidades ocultas susceptibles de desarrollo desempeñan un papel de...