trabajo infantil

Miedo y tristeza
Me miraba al espejo. Me colocaba de perfil, de frente, me palpaba los muslos, las caderas, la barriga. Esos quilos de más se posaban en mi como una forma devergüenza por haber comido. Una forma de castigo.
La delgadez me acompaño gran parte de mi vida, aunque nunca estuviese contenta de mi cuerpo.
Siempre encontraba defectos deaquí y allá. Cuando me mude esos quilos imaginarios se convirtieron en reales pesadillas que no me dejaban dormir.
Mis pantalones favoritos me quedaban apretados. Eran de un azul,intenso pero a la vez claro, que se posaban sobre mis caderas con gracia y elegancia.
Ya no.
Me palpaban las muñecas para ver si habían engordado al mismo tiempo en mi trasero.Comenzaron los lloros. Unos siempre venían acompañados, y en ocasiones ni siquiera sabía la verdadera razón de ellos, simplemente me sentía horrible mal. Pensaba en mi anteriorcuerpo, y en lo que dirían mis amigos y conocidos cuando volviese a aquel lugar donde la delgadez me acompañaba: “Estas gorda”, “tienes que ponerte a dieta”, “¿Cómo te ha podidocuidar un poco, María?”
Un día cualquiera empezaron los vómitos. Otro atracón. Siempre que comía en grandes cantidades lo hacía sola, cuando todo el mundo se marchaba de casa parahacer sus interesantes vidas. Me parecía muy atractivo y peligroso, comer lo que quería cuando no haya nadie en casa, sin que nadie te diga que eras una foca o que pares de comer.Cuando mi estómago ya no soportaba el placer de la comida, mis ojos se inundaban de lágrimas. Iba al baño y mis temblores de dedos se metían hasta el fondo de mi garganta hastaque sacaban todo eso que quiera que saliese todo. Después me sentía muchísimo mejor, pero aún seguía con nerviosismo al pensar que pasaría si me descubrían.
Me han descubierto.