Volver A Los Ideales De 1983
Luis Alberto Romero
MARTES 22 DE MARZO DE 2016
El acuerdo construido en torno a los ideales democráticos, después de años de violencia política y terrorismo clandestino estatal, sigue siendo el gran punto de encuentro para una sociedad plural y democrática
Han pasado 40 años del golpe militar del 24 de marzo de 1976. ¿Qué nos dice hoy ese traumático suceso? Cosas
muy diferentes, a juzgar por las maneras de conmemorarlo. Para algunos, es el momento del recuerdo de sus
víctimas. Para otros, se trata de una recordación genérica y ritualizada, como la prescripta por el Estado para
los actos escolares. Desde 2011 se ha desarrollado otra variante: el "escrache" de personas acusadas de
"colaboracionistas", consistente en masivas agresiones a sus fotografías, escupitajos incluidos. Otros,
finalmente, se preguntan por qué sus muertos otras víctimas de los años 70 no son incluidos en la
conmemoración oficial.
Ciertamente, hay memorias en conflicto. En mi caso sólo me atrevo a hablar en primera persona, las
interpretaciones fueron cambiando con los años, como ocurre siempre con nuestras miradas al pasado;
reconstruir esos cambios me ayuda a entender cómo colocarme hoy ante la conmemoración.
Mi primera imagen global de la dictadura militar y el terrorismo clandestino de Estado se configuró con la Guerra de Malvinas.
También, con el "show del horror" que siguió, el derrumbe militar y las expectativas de la democracia. Se
trataba sobre todo de Raúl Alfonsín, y de los horizontes que abría su convicción de que, para consolidarla, los
responsables del terrorismo del Estado debían ser juzgados. Nunca Más primero y luego los Juicios a las
Juntas me parecieron el mejor fundamento de una democracia ética y potente, exactamente lo inverso del
Proceso, potente pero demoníaco.
Dictadura y democracia me parecían partes del mismo relato fundador. En 1993 escribí una historia de la
Argentina en el siglo XX. Pensando en mis hijos y en otros lectores como ellos, dediqué un espacio extenso a
describir en detalle lo que llamé el genocidio. Salvo este título erróneo que hace poco reemplacé por "la
masacre", todo lo que escribí entonces me parece válido hoy.
A fines de los años noventa, cuando la desilusión había erosionado la fe democrática de 1983, me cuestioné ese
relato. Las expectativas iniciales habían sido excesivas. La ilusión ciudadana, imprescindible construir la democracia, había puesto muy alto el listón, y el salto fallaba, alentando no sólo la desilusión sino el rechazo a
algunos valores centrales de la democracia.
A la vez, la imagen demoníaca del Proceso me pareció esquemática como reconstrucción histórica y
contraproducente desde el punto de vista cívico y político. Era necesario mirar más atrás de 1976 para seguir el rastro de la violencia política y, sobre todo, su naturalización: la falta de asombro ante la muerte y hasta su
celebración. Por otro lado, más allá del activismo cívico, en la historia son pocos los héroes o demonios; en
general son hombres, cuyas conductas corresponden a una amplia gama de grises, la misma que descubrieron Hanna Arendt o Primo Levi con referencia a los campos de concentración del nazismo.
Desde entonces creo que la primera obligación cívica del historiador es la comprensión, sobre todo si espera
que el juicio de los ciudadanos y el propio, en cuanto tal se construya sobre la única base sólida posible: la
verdad. Esta preocupación está presente hoy en las investigaciones, muy ...
Regístrate para leer el documento completo.