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destacando la vinculación y mutua influencia entre los ámbitos personal ysocial, y la
intervención de una ética de la solidaridad.
La comprensión profunda de los que son y de lo que representan las emociones
nos exige necesariamenterepensar la educación. “Al comprender nuestra vida
sentimental se hace necesario emprender una reforma del entendimiento humano, que a
su vez nos obligará aun cambio en los sistemas educativos” (Marina, 1996, 13). Todo
esto, el debate y las propuestas que se realizan en la actualidad más que nunca, lo
motivan,pienso, la realidad nefasta que se contempla en el ámbito juvenil y la
preocupación que ello general de cara al ámbito escolar y futuro social e implicacionesa
nivel global, al no tratarse de una problemática aislada.
Realizar la teoría y práctica educativas desde la perspectiva de las emociones
representa unaesperanza y una oportunidad de humanización, en un momento como el
actual, especialmente necesitado de optimismo y de propuestas integradoras, comoconsecuencia de los profundos cambios sociales. Como seres sociales tenemos que
aspirar a convivir, a comunicarnos, a realizar un trasvase o intercambio que revierta enel bien común, no únicamente en el bienestar individual. “La finalidad de la vida y de la
educación es el desarrollo de una afectividad saludable. Unaafectividad que nos tiene
que conducir, en último término, a sentirnos parte de la comunidad humana y a
participar en su mejora” (Bach y Darder, 2004, 73).
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