A La Orden Del Duque - Novela

A las órdenes del duque

Georgiana se había enamorado locamente de Juan Felipe Monsanto, duque de la Caniza, a pesar de que se suponía que él debía cuidar de ella. Pero parecía que, por mucho que lo intentara, Juan no podía resistirse a la atracción que había entre ellos.
Sin embargo estaba a punto de casarse por conveniencia con otra mujer, así que su romance no tenía ningún futuro...
¿Cómopodría decirle entonces que esperaba un hijo suyo?
Quería tenerla a sus órdenes... ¿pero querría casarse con ella?

Capítulo 1

MIENTRAS el Ferrari rojo se deslizaba suavemente por el Paseo de la Caste-llana, Juan Felipe Monsanto, Duque de la Caniza, pensaba en el siguiente otoño y lo que le espetara entonces. Los meses de verano, pasa-dos en su yate y en la suntuosa villa de Marbella,habían sido entretenidos. Pero había llegado el momento de arreglar un asunto muy serio que no admitía retraso: su boda con doña Leticia de San-doval.
Juan pisó el freno cuando llegó frente al gran-dioso edificio de piedra y saludó amistosamente a Pepe, el conserje uniformado.
-Hola, Pepe -sonrió, saliendo del coche.
-Hola, don Juan. ¿Qué tal el verano?
-Bien, gracias. ¿Está la condesa en casa?-Sí, su tía lo está esperando.
-Muy bien. Por favor, encárgate de que suban las maletas
-Sí, señor.
Juan atravesó el portalón de forja y cristal, cruzó el vestíbulo de mármol y se dirigió al ascen-sor. Estaba de vuelta en su vida normal, pensaba. No lo lamentaba, ni lamentaba el matrimonio de con-veniencia que tendría lugar poco después. Ése era su destino. Lo había sido desde que Gregorio, suhermano mayor, murió en un accidente de avión cinco años antes, dejándolo a él como heredero del título nobiliario y como director de las empresas familiares.
Juan sabía cuál era su obligación y, por eso, su boda con Leticia de Sandoval, si no ideal sí era una solución aceptable. Necesitaba herederos para con-tinuar con la saga familiar. Y para eso debía ca-sarse con una mujer de la aristocracia.De hecho, pensó, cuando las puertas del ascen-sor se abrieron en la planta quince, se conside-raba un hombre afortunado. Leticia de Sandoval era una vieja amiga de la familia, alguien que en-tendía las reglas de la alta sociedad tan bien como él.
Leti, una mujer de su edad, era una experta abogada dedicada a causas políticas y benéficas. I
Tenía una vida propia y su matrimonio sería perfecto.Era un arreglo satisfactorio que, sin duda, fun-cionaría bien para los dos. Mientras él fuera dis-creto. Pero eso se daba por sentado.
Cuando entraba en casa, Fernando, el mayordomo, salió a saludarlo.
-Bienvenido a casa. ¿Ha descansado durante las vacaciones?
-Sí, más o menos.
-Me alegro, señor. La condesa está esperándolo.
-Gracias, Fernando -Juan le dio la chaqueta y se dirigió alsaloncito, la habitación favorita de la condesa de Murta.
La condesa, a quien él llamaba tía, era la viuda de uno de los primos de su padre, que murió sin di-nero. Juan le había ofrecido su casa y mantenía con ella una relación entrañable.
-Juan, cariño -sonrió la mujer, de perfecto ca-bello plateado-. Qué alegría que hayas vuelto. ¿Lo has pasado bien este verano?
Juan la besó en la frente.
-Sí, tía,gracias. Lo he pasado muy bien. Pero ahora estamos de vuelta en la rutina diaria. Tengo que atender mi negocio y la vida vuelve a la nor-malidad ahora que termina el calor. ¿Hay mucha gente en Madrid? -preguntó, dejándose caer en uno de los sofás tapizados con brocado.
-Sí, mucha -contestó la atractiva anciana, cru-zando sus elegantes piernas para charlar con el so-brino de su difunto marido, dequien siempre ha-blaba maravillas.
Después de todo, le había ofrecido su casa cuando él murió, dejándola prácticamente en la ruina.
-Ha llamado Leticia. Quería que te recordase que tenéis una cena en el Palacio de la Zarzuela mañana por la noche.
Algo que ver con los patro-nos de la Fundación San Ignacio.
-Y eso significa que debo acudir -sonrió Juan-. Supongo que sabes que Leticia y yo...