1er
-¿Usted escuchó bien lo que yo le dije?
Y yo pensé: “Ahora me va a preguntar qué me dijo y no voy a saber repetir”. No me acuerdo cómo zafé pero lo hice. También me eligieron porque soy muy alto y muy buen visteador para la lejanía: cuando el visitantedesconocido baja de un avión o un micro, yo debo saber quién es. Ultimamente tenía tanta experiencia que no bien bajaba, cuando veía al personaje estirando el cuello y mirando para todos lados, decía: “Este es”. Nicolás di Marco, a partir de que me nombraron a mí, me trató muy secamente y, si puede, no me saluda por la calle. Él pensaba que era el más indicado como guía porque tiene más conocimientos queyo en todos los rubros, pero no ve ni hasta la esquina y es muy propenso a hacer amistad con los visitantes, hasta los ha invitado a su casa después del plazo de estada convenido, cosa que no conviene: uno se encuentra con el huésped ilustre dando vueltas por ahí y quiere que le sigamos las más variadas ocurrencias: si es una mujer, quiere ir a buscar flores al campo: o se les ocurre ir al casinocuando en la perra vida lo hacen en su ciudad y hay que explicarles cómo funciona la ruleta. Yo he sido siempre de este criterio: huésped que viene, huésped que debe ser devuelto en su plazo fijado. Tampoco puedo prescindir del todo de Nicolás di Marco, porque es útil para el debate, después de las charlas: es el que hace las mejores preguntas, debo reconocerlo, pero se sienta en el fondo con sucara atormentada de pobre gaucho abandonado y me incomoda verlo. Nunca se queda a cenar con el grupo de acompañamiento: es cierto que no tiene plata, pero nunca admitió que le pagásemos nada, ni una cerveza.
Y con toda la gente que vino a dar charlas a San Andrés yo podría escribir un libro, porque cada uno es una novela; pero recuerdo algunos casos que no voy a olvidar jamás. Uno, que venía ahablar de “Nuevas tecnologías en el trabajo del cobre”, bajó borracho del avión. El nuestro es un aeropuerto chiquito, a la tarde llega “el avión” y, cuando se lo tiene que esperar, la llanura llega hasta donde alcanza la vista; hasta el último detalle es nítido. Cuando lo vi bajar y me di cuenta de que era mi huésped, no lo podía creer: bajó último y un pie suyo le pedía permiso al otro parabajar; si no lo tomaba del brazo la azafata, se desbarrancaba en la escalera. No llevaba portafafolio, el que suelen llevar para guardar los papeles de la charla; solo una carterita vieja cruzada en banderola. Cuando bajó, le dije:
-Si le parece, tiene tiempo de irse al hotel a descansar un poco, en fin, a refrescarse. Falta mucho; yo lo llamo para despertarlo.
Parecía no entender nada y yo iba añadir“para cambiarse”, pero ¿qué se iba a cambiar si no llevaba bolso ni nada? Si por mí fuera, lo habría devuelto esa misma noche, porque tuvimos que postergar la charla para más tarde: no se despertaba; la mitad de la gente se fue y yo tuve que tenerles la vela a los que se quedaron en el café de la esquina, pagándoselos. Apareció con el pelo mojado y estirado y su bolso en banderola; no salió tanmal todo, pero si por mí fuera, esa misma noche cambio y fuera.
Las mujeres son difíciles y las mayores son las peores. A veces son sordas, pierden el bolso y se les atranca la puerta del taxi; quieren ir a ver el río a las once de la noche. Una vez vino una (no era tan mayor) que dijo que quería ver los barrios pobres y comer de lo que comían ellos, porque sólo así se puede calibrar...
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