Alexander Bor sovich Kurakin
Kurakin amaba la vida y no quería guerra. Era un príncipe a la antigua, un boyardo crecido en los palacios de la Gran Rusia de amos y de siervos, un mundo que mantenía todos los privilegios de la nobleza que Francia acababa de erradicar. Fue al colegio con el Gran Duque Pablo, hablaba cuatro idiomas, tenía gustos caros y era famoso por su desmedida pasión por los diamantes,que compraba por kilos. Tantos llevaba encima que, durante el incendio del baile de la embajada austriaca el año anterior, las piedras habían salvado su vida al impedir que el fuego prendiera en el abrigo, incapaz de atravesar aquella muralla dura y fría. Su fama de vividor y de don Juan le acompañaba siempre. Aunque no estaba casado, en San Petersburgo le atribuían una veintena de hijos naturalesque los parisinos, amantes de la exageración, cifraban en setenta.
El príncipe hizo todo lo que estuvo en su mano para evitar el ataque francés. Envió cartas a San Petersburgo advirtiendo del peligro. Insinuó al Emperador los riesgos de la invasión. Pero, ¿reportaba su labor en París algún provecho? ¿Sería necesario reemplazarlo por alguien más joven y ágil? Estas cuestiones también seplanteaban en los pasillos del Palacio de Invierno.
Kurakin decidió hacer algo por su cuenta. Plantar batalla desde París, con sus armas y en su campo: el comedor de su casa. Sabía que los nuevos poderosos de Francia eran burgueses venidos a más o militares recién salidos de la lucha y quiso apabullarlos, épater le bourgeois, como décadas después dirían los poetas, hacer que dieran con sus nalgas de nuevosricos en las alfombras del palacio abrumados por el poder de la Rusia de los Zares.
Antes de la guillotina y del Terror, los banquetes de los nobles eran larguísimas colaciones de cuatro o cinco horas servidas a la francesa, con todos los manjares sobre la mesa, de los que cada uno picaba a su gusto según tenía más cerca, unas comidas relajadas y distendidas con poco servicio y mucha intimidad.Pero en Rusia las cosas eran diferentes. Al traspasar las puertas de la embajada, los invitados regresaban al Antiguo Régimen, pero a un Antiguo Régimen con más lujo, siervos y riqueza que el francés, a un mundo de servidumbre programado para que nadie tuviera que hacer el menor esfuerzo.
La ceremonia de emplatar
A lo largo de los meses siguientes, las cenas del príncipe se hicieron famosas.Cuando los invitados pasaban por parejas al comedor, encontraban un ejército de siervos, vestidos con libreas y guantes blancos, formado detrás de cada silla, listos para la batalla. La mesa estaba elegantemente dispuesta con cubiertos individuales, copas de vidrio tallado para vinos y licores, porcelanas de las fábricas de Moscú, plata de Sazikov y flores sobre el mantel. La servilleta descansabasobre el plato, junto a una tarjeta para cada nombre y una lista detallada con un menú de catorce platos. Pero los platos estaban vacíos.
Noche tras noche, los allí presentes tomaban asiento cruzando miradas de desconcierto. Kurakin abría la servilleta, la colocaba sobre el regazo y comenzaba el espectáculo. El servicio entraba en el comedor poniendo frente a cada invitado, por la derecha, una...
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