Amaral
Quico Alsedo
Vamos con otro post grisáceo. El otro día tuve una absurda epifanía: me impresionaron Amaral.
Me tocó cubrir el Dcode y para allá fui, un poco aburrido ante laperspectiva de ver a Franz Ferdinand: el rollo lo-lo-lo sólo me funciona si estoy suficientemente cocido, y no era el momento ni el lugar.
Para mi sorpresa, fueron Amaral quienes se llevaron loslaureles con un concierto sólido, rabioso, por momentos hasta un poco burro: apabullante.
Canciones tópicas, sí, pero interpretadas con una fuerza y una eficacia avasalladoras. La pasión me parece unvehículo, así a quemarropa, tan poderoso como el talento, y debo admitirlo: de pasión y voz Eva Amaral va sobrada.
Amaral viven en ese gran equívoco que les señala como los más auténticos de entre losapóstoles del pop comercial español. No: en sus canciones resuena el sota, caballo y rey de la caja registradora.
Son, en su generalidad, tonadas de marca blanca, jingles para anuncio de champú, sinapenas alma reconocible. Como lo son muchas en el mundo presuntamente alternativo: por ejemplo, las de Love Of Lesbian, que actuaron antes y cuya creatividad compite con el cero más patatero.
Pero lamúsica ya no le importa a nadie. ¿En qué dirección nos pueden arrojar luz Amaral? ¿Qué coño hago escribiendo sobre ellos un domingo por la noche? ¿Por qué son interesantes?
Porque pactan con el diablo,con el éxito, con el vil metal -y su complejo de culpa, muy evidente, les cuesta-. Porque -hay que vivir- simplemente pactan, y se dejan resbalar por la superficie de la vida. Porque, más que ningunaotra cosa, más allá de su talento o de su evidente falta de él, quieren que se les escuche, quieren hacer, quieren existir.
Y lo hacen con pasión. Sin talento, pero con enormes cojones.
Y así llego adonde quería: vivir es, más que ninguna otra cosa, pactar. Todos tenemos algún diablo al que venderle el alma. Ya dijo Sartre, con perdón, que no hay nada más absurdo que la pretensión de las...
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