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éstor García Canclini
Hace décadas que quienes estudian la cultura experimentan el vértigo de las impresiones.
Ya en 1952 dos antropólogos, AlfredKroeber y Clyde K. Klukhohn, recolectaron en un
libro celebre casi 300 maneras de definirla. Melvin J. Lasky, que evidentemente desconocía
esa obra, publicó en The Republic of Letters, en 2001, unavance de un libro en preparación
para el cual dice haber recogido en diarios alemanes, ingleses y estadounidenses, 57 usos
distintos del término cultura. La revista Commentaire tradujo ese artículoen el verano de
2003 añadiendo que la banalización del término es semejante en francés, al punto de
haberse dotado de esa palabra «a un ministerio» (Lasky, 2003:367).
Es fácil compartir lainquietud de Lasky. Hemos leído ejemplos semejantes a los que
él cita: el canciller Schröeder explicó su adhesión a Bush en la guerra contra el terrorismo
porque no es «una lucha entre culturas sino uncombate por la cultura». Un corresponsal
británico en Medio Oriente habla de la «cultura de la Jihad». En The ew York Times se
informa de una «revolución cultural en el interior de la CIA y el FBI». Yasí sigue
advirtiendo Lasky sobre los riesgos de que no sepamos de qué estamos hablando por la
dispersión de referencias a las «culturas empresariales», la «cultura de la incompetencia» y
una seriede sub, infra y contraculturas. Este autor se escandaliza por apenas 57 variantes y
vuelve a mostrar su pobre información cuando atribuye el origen del «zumbido
ensordecedor» producido por estaproliferación de significados a dos hechos: que los
marxistas hayan comenzado a hablar de «cultura capitalista», y que los antropólogos usaran,
desde el libro de Sir Edward Tylor, en el propio título,Primitive Culture. «Por definición,
sostiene Lasky, la cultura no podría ser primitiva» (Lasky, 2003:369).
Más que precisar el comienzo del despliegue del zumbido, interesa razonar cómo se fue...
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