emily
Como bien sabemos (hay bastantes traducciones últimas al castellano de la singular poesía de Emily Dickinson en España), la dama de Amherst (Massachusetts), “la reina reclusa” como la llamó -porque en una ocasión no quiso verle- Samuel Bowles, director de un periódico local,fue una mujer extraña, cerebral, solitaria, hipersensible, quizá neurótica, que escribió prácticamente en secreto una riquísima obra poética (más de 800 poemas) que, con la excepción de 5, y uno publicado sin nombre, no se conoció sino tras su muerte.
Puritana pero liberal, a causa sobre todo de la poesía y su lenguaje (original, roto en el ritmo, muy renovador), vivió sin apenas salir de laque fue prácticamente su única morada, la casa ajardinada de su padre, Edward Dickinson, un hombre de posibles, empresario y político, junto a su madre y su hermana menor Lavinia (“Vinnie”) y Susan Gilbert, su al fin cuñada, primero amiga íntima y algunos hasta sostienen que amante -pero en éxtasis de pureza, a buen seguro-.
Vestida sólo de blanco los últimos años de su vida, cuando muy pocosla veían o entreveían por su jardín, E. Dickinson pasó leyendo la Biblia protestante y a Emerson como una de sus principales influencias, y cuidando a su madre enferma, una existencia dedicada a las amistades y experiencias del espíritu, cada vez más sublime y más lejos… Los tres últimos años de su vida no salió siquiera de su habitación, abrumada por la muerte del último de sus amores imposibles,el juez Lord, que le había pedido en matrimonio, y por el Mal de Bright, la misma nefritis que padeció Mozart y que acabaría matándola en 1886. Es extraño que Tennessee Williams no hiciera de ella uno de sus personajes, porque bajo cierta óptica lo parece…
Como dice bien Nicole d'Amonville Alegría en su trabajado prólogo a esta acertada selección de la fértil correspondencia de Emily, enpocos autores sus cartas tendrán tanto que ver con sus poemas. En realidad, salvo muy cortas excepciones, no hacen sino desarrollar hacia sus amigos, conocidos, parientes o maestros -consideró tener dos- la misma salvaje y potente vida interior o íntima que aparece en su lírica. Cuando en una carta temprana a Susan termina diciendo: “¿Quién te quiere más, y mejor, y piensa en ti cuando a otros venceel sopor? Es Emilie” (como firmó antes que Emily), ¿cómo no pensar no sólo en sus poemas, sino en que contrariamente a lo que dice Harold Bloom, no reprimió su vida pasional, que es caudalosa en cartas y poemas, la practicara directamente o no?
Por cierto que si en el uso ruptural y novedoso de los guiones (que algunos traductores muy equivocadamente corrigen, quitándole su respiración) Emilyrecuerda a Paul Celan y a Marina Tsvietáieva, sobre todo y además en la prosa, aquí de correspondencia, su sentido del amor oculto y desbordante a la vez, la acerca a la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, para la cual (y olvidemos aquí el doble sentido de una palabra) “el amor más alto es aquel que no pide correspondencia.” ¿La correspondieron a Emily, fuera del ámbito familiar, incluso susfamiliares? Eso no nos lo dicen sus cartas, que sí muestran su a ratos borbotónica y refinada pasión y alguna vez también -propio de una ciclotímica- su conocimiento (frente a la euforia) de “la Hora del Plomo”. Leyendo sus cartas, ¿cómo no recordar también la noche, los ángeles y la ultrasensibilidad rilkeana?
Esta antología de la correspondencia de Dickinson -muy notable a mi gusto, en una...
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