Hermano huinca
12 mayo 2009 in Cuentos para adultos, Cuentos para jóvenes, Libros publicados | Tags: colonización, cuentos para chicos, pueblos originarios
Neculqueo se acercó a la cama de Fray Bernardo y le besó la frente. El fraile, consumido por la fiebre, apenas entreabrió los ojos y tardó unos instantes en reconocer al muchacho más rebelde de la tribu.
─¡Viniste! Podré morirme enpaz, hijo ─le dijo en un susurro, carraspeando.
El chico abrió las ventanas del convento de par en par, aunque le habían ordenado no tocar nada. Una vez que el sol iluminó la cama, puso sus manos con las palmas hacia abajo justo sobre el pecho del enfermo y cerró los ojos recitando una plegaria en mapudungún[1].
Fray Bernardo, lejos de considerarlo una herejía, se sintió conmovido y volvió acerrar los ojos, entregándose. Había llegado a la tribu una semana después de la gran pelea para evangelizar a los salvajes de Sierra Chica y hasta entonces no había recibido ningún gesto amable del muchacho, todavía envenenado por el secuestro de su abuela Kafultray.
Neculqueo odiaba a Fray Bernardo, tanto como al resto de los huincas[2]. Y eso que, a diferencia de otros padres de lacongregación, jamás los azotaba. El día que los sorprendió debajo del ombú jugando a la chueca[3], que estaba prohibida, se arremangó la túnica y tomó el palín[4] que uno de los muchachos había dejado caer a sus pies. Todos permanecieron en silencio, sumisos y resignados a recibir el castigo pero el buen padre puso una pierna delante de la otra y se inclinó levemente hacia atrás con el motín en la manodiciendo:
─A ver… ¿cómo se juega esto que tanto les apasiona?
Neculqueo aquella vez fue el único que no jugó; y tampoco le contestó nunca cuando en mapudungun (que el padre lo hablaba de vez en cuando, siempre que no lo viera ningún huinca) le preguntaba por su salud o sus intereses. Evitaba sus caricias y jamás aceptaba nada de sus manos; había escupido el crucifijo que Fray Bernardo talló paracada uno de los weches[5], sin miedo al castigo que nunca llegó. En cambio, Fray Bernardo sonrió cálidamente y le dijo: «Lo guardaré hasta que estés listo, muchacho».
Neculqueo dejó de buscar en el cielo a Kafultray el día que su hermano menor se enfermó de viruela. Para entonces le quedó claro que el dios de los cristianos era más poderoso que su Ngenechén[6]: la mitad de los suyos fueronmuertos por la enfermedad, a la que ─fuera de Fray Bernardo y otro padre de la congregación más viejo─ los huincas resistieron impasibles. El buen padre lo acompañó en los funerales de su hermano, aunque no se le dio sepultura cristiana; siempre unos pasos más atrás.
Fray Bernardo no había conocido a Kafultray, la bruja de Sierra Chica, porque la habían secuestrado unos días antes de que laMisión llegara. Pero le contaron la historia y se sintió indignado:
─¿Cómo es posible semejante animalada? ¡Y después llaman salvajes a estas criaturas de Dios!
La noche de la gran pelea Kafultray había comenzado acariciando el cultrún[7] suavemente pero a medida que los gritos de la lucha apagaban el silencio de la noche, la voz del cultrún se volvió más potente. Tok tok tok tok y un huincaperdía el caballo allá. Tak tak tak tak y otro quedaba desarmado acá. Tuk tuk tuk tuk y caían de a doce. Neculqueo la vio entrar en trance. Su lengua articuló una serie de sonidos incomprensibles, acaso el idioma del viento que solo se le revela a los machis[8]. Bailó, imploró al cielo, se puso en cuclillas y otra vez de pie: ya entonces los huincas se habían rendido, absortos frente al espectáculode Kafultray, muertos de miedo e inmóviles por el pavor. Las armas y los caballos se les quedaron en la aldea y huyeron como carpincho[9] de yaguareté[10]. Neculqueo y los suyos bailaron aquella noche celebrando el triunfo, sin saber que los enemigos volverían con más artillería y determinados a acabar con ellos. A acabar principalmente con la bruja Kafultray.
La noche que se la...
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