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El siguiente texto corresponde al capítulo II de la obra de John Ruskin Las siete lámparas de la
Arquitectura, en la edición castellana de Manuel Crespo y Purificación Mayoral, ediciones
Coyoacán, México, 1994.
Capitulo II: La Lámpara de la Verdad
1 . Hay un acusado paralelismo entre las virtudes del ser humano y la ilustración del
mundo que habita —la misma decrecientegradación de vigor hacia los límites de
sus dominios, el mismo apartamiento esencial de sus contrarios— el mismo
crepúscu lo al encontrarse los dos: una faja algo más ancha que la línea donde el
mundo gira hacia la noche, ese extraño crepúsculo de las virtudes, esa obscura tierra
abierta a la disputa, donde el celo deviene impaciencia; la moderación, severidad; la
justicia, crueldad; la fe,superstición, y todo se desvanece en la obscuridad.
Sin embargo, con la mayoría de ellas, aunque el obscurecimiento aumente más y
más, podemos señalar el momento de la puesta del sol; y, felizmente, hacer
retroceder a las sombras por donde bajaron; pero para una, la línea del horizonte es
irregular, imprecisa; y ésta es, por otra parte, el cíngulo y ecuador de todas ellas: la
Verdad; la únicapara la que no existen grados, sino que se rompe y cuartea de
continuo; el pilar de la tierra, aunque sea nublado pilar; la línea estrecha y dorada
que los mismos poderes y virtudes que descansan en ella doblan, que la política y la
prudencia ocultan, que la amabilidad y la cortesía modifican, que el valor sombrea
con su escudo, la imaginación cubre con sus alas y la caridad empaña con suslágrimas, ¡ Cuán difícil debe de ser el mantenimiento de esa autoridad que mientras
ha de refrenar la hostilidad de los peores principios del ser humano, tiene que
mantener a raya los desórdenes de los mejores — que se ve asaltada de continuo por
éste y traicionada por aquél, que contempla con pareja severidad las violaciones más
nimias y más descaradas de su ley! Hay defectos pequeños en elespectáculo del
amor, errores pequeños en la estimación de la sabiduría; pero la verdad no olvida
una ofensa ni soporta una mancha.
No la tenemos en cuenta suficientemente; ni tampoco las fútiles y continuas
ocasiones de ofenderla. Estamos demasiado habituados a contemplar la mentira en
sus más sombrías asociaciones, y a través del color de sus peores propósitos. Esa
indignación que manifestamosante el engaño absoluto, en realidad es sólo ante el
engaño malicioso. Nos resentimos de la calumnia, la hipocresía y la traición porque
nos duelen, no porque sean falsas. Si consideramos la difamación y la malicia de la
mentira, nos ofenderemos un poco por ello; conviértase en alabanza, y quizá nos
sintamos satisfechos. Sin embargo, no suman la calumnia y la traición el montante
más grandede agravios en el mundo; se las acosa sin interrupción y sólo se perciben
al ser vencidas. Es el embuste hablado, suave y brillante, la falacia amable, la mentira
patriótica del historiador, la próvida del político, la apasionada del partidario, la
compasiva del amigo, y la falsedad descuidada de todo ser humano a sí mismo, .lo
que arroja ese negro misterio sobre la humanidad; y a todo serhumano que lo
horade, le damos las gracias como a quien excava un pozo en el desierto, felices de
que la sed de verdad todavía reste entre nosotros, aun cuando hayamos abandonado
voluntariamente sus fuentes.
Sería bueno que los moralistas no confundieran tan a menudo la magnitud de un
pecado con la imperdonabilidad del mismo. Los dos caracteres son absolutamente
distintos. La magnitud de unafalta depende, en parte, de la naturaleza de la persona
contra la que se comete, y en parte, del alcance de sus consecuencias. Su perdón, ha blando en términos humanos, del grado de tentación. Una circunstancia determina el
peso del castigo correspondiente; la otra, el derecho a la remisión del mismo; y como
no es fácil para los seres humanos estimar el peso relativo ni les es posible...
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