Ryu Murakami: “Fukushima, Mon Amour”.
El terremoto nos sacudió en el momento en que entraba en mi cuarto. Con la sensación de que iba a terminaratrapado entre escombros, manoteé un bidón de agua, una caja de galletitas y una botella de brandy antes de sumergirme debajo de la sólida tapa del escritorio. Ahora que lo pienso, no habría tenidotiempo de saborear el brandy si el hotel de 30 pisos se hubiese derrumbado. Pero esas precauciones mantuvieron el pánico a raya. Un anuncio de emergencia llegó enseguida por el sistema de sonido: “Estehotel fue contruido para ser antisísmico. No hay riesgo de que colapse. Por favor, no intente abandonar el edificio”. El mensaje fue repetido varias veces. Primero me pregunté si sería cierto, o si lagerencia pretendía mantener a la gente en calma. Y fue entonces que, sin pensarlo, adopté mi posición ante el desastre: por ahora, al menos, voy a confiar en la palabra de personas e institucionescon mejor información y conocimiento de la situación que yo. Decidí creer que el edificio no se derrumbaría. Y no lo hizo.
Se dice que los japoneses son fieles a las reglas del “grupo” y adeptos aformar sistemas de cooperación de cara a las grandes adversidades. Sería algo difícil de negar hoy. Rescates valientes y esfuerzos asistenciales se llevan a cabo de manera incesante, y no se registranrobos ni saqueos. Pero lejos de la mirada del grupo, sin embargo, también tenemos la tendencia a actuar de manera egoísta –casi como una forma de rebeldía–. Y estamos experimentando eso también:insumos básicos como arroz, agua y pan desaparecieron de los supermercados. Las estaciones de servicio no tienen nafta. Se compra en pánico. La lealtad al grupo está siendo testeada.
Nuestra máxima...
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