Salud
Por Sergio SinayPara LA NACION
Con aire resignado, tras cancelar una reserva de pasajes al exterior, un amigo me dijo hace pocos días: “Miesposa ya no quiere viajar más, tiene miedo de salir a este mundo loco, siente que todo es inseguro e incierto”. El planeta, en efecto, se convirtió en un escenario de incertidumbres. Nada es seguro.Pero ¿alguna vez lo fue? ¿Lo era para el hombre primitivo, a merced de fieras, rayos y venenos? ¿Para los habitantes del medioevo, diezmados cíclicamente por las pestes? ¿Para nuestros aún recientesantepasados, frágiles blanco de la tuberculosis, de la sífilis? ¿Era seguro el mundo de las guerras religiosas, de la Primera y Segunda Guerra Mundial? ¿No hemos sido siempre frágiles, no hemos estadoa merced de fuerzas que nos trascienden?
El historiador francés Georges Duby estudió, en La Huella de nuestros miedos, cómo, a lo largo del último milenio, los temores humanos han cambiado en sumanera de manifestarse, pero no en sus disparadores: el miedo a la miseria, a la violencia, a la muerte, al diferente, ha estado ahí. Acaso, en nuestros días y en nuestra sociedad, esas angustias esténsignadas por dos características de la época y de la cultura. Por un aparte, la creencia de que la ciencia y la técnica nos proveerán de respuestas y de control sobre los imponderables, extenderánindefinidamente nuestra esperanza de vida y reducirán a casi cero la incidencia del azar y del caos en nuestra experiencia; por otra parte, una profunda crisis de espiritualidad, entendida ésta como laexploración de los aspectos trascendentes de la existencia.
Creo que estos dos factores convergen. El materialismo anestesia la espiritualidad. El primero se asienta en la inmediatez, en el placer...
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