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Ahí tenemos a Octavio Sala, el enigmático y seductor director del diario La República -la publicaciónmás prestigiosa y odiada de México-, sometido a la infalibilidad de su cargo, a la trascendencia épica de sus decisiones. Su destino será agridulce: perderá a su séquito deseguidores y sufrirá la ignominia de sus pares -traición, mejor dicho-, aliviado, con posteridad, por un cuestionable renacimiento mediático.
Ahí tenemos a Galio Bermúdez,irónico e incisivo, «la mayor inteligencia de México» en los años cincuenta. Defensor de la matanza de Tlatelolco, Galio era una víctima más de la modorra intelectual de supaís y, principalmente, un esclavo del alcohol.
Ahí tenemos a Vigil con sus mujeres -Mercedes Biedma, Oralia Ventura, Fernanda, su hija-, obnubilado por el poder de Sala,detestado por Rogelio Cassauranc, secundón en La República, alabado por su investigación monumental sobre los años de la guerra civil (1914-1920), «un libroextraordinariamente capaz de transmitir, detalle a detalle, el horror inexpresable de la guerra, su rostro sacrificial y sórdido»[1].
Y ahí está México, el proscenio alborotado de estospersonajes. Un país inventado según Galio, nada más «que la historia de una violencia sostenida» que debe derrotar su pasado y su presente bárbaro «sin destruirlo».
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