Ana Maria Matute

Páginas: 6 (1266 palabras) Publicado: 14 de abril de 2011
EL ÁRBOL DE ORO
Ana María Matute

 
Asistí durante un otoño a la escuela de la señorita Leocadia, en la aldea, porque mi salud no andaba bien y el abuelo retrasó mi vuelta a la ciudad. Como era el tiempo frío y estaban los suelos embarrados y no se veía rastro de muchachos, me aburría dentro de la casa, y pedí al abuelo asistir a la escuela. El abuelo consintió, y acudí a aquella casitaalargada y blanca de cal, con el tejado pajizo y requemado por el sol y las nieves, a las afueras del pueblo.
 
La señorita Leocadia era alta y gruesa, tenía el carácter más bien áspero y grandes juanetes en los pies, que la obligaban a andar como quien arrastra cadenas. Las clases en la escuela, con la lluvia rebotando en el tejado y en los cristales, con las moscas pegajosas de la tormentapersiguiéndose alrededor de la bombilla, tenían su atractivo. Recuerdo especialmente a un muchacho de unos diez años, hijo de un aparcero muy pobre, llamado Ivo. Era un muchacho delgado, de ojos azules, que bizqueaba ligeramente al hablar. Todos los muchachos y muchachas de la escuela admiraban y envidiaban un poco a Ivo, por el don que poseía de atraer la atención sobre sí, en todo momento. No es quefuera ni inteligente ni gracioso, y, sin embargo, había algo en él, en su voz quizás, en las cosas que contaba, que conseguía cautivar a quien le escuchase. También la señorita Leocadia se dejaba prender de aquella red de plata que Ivo tendía a cuantos atendían sus enrevesadas conversaciones, y —yo
creo que muchas veces contra su voluntad— la señorita Leocadia le confiaba a Ivo tareas deseadas portodos, o distinciones que merecían alumnos más estudiosos y aplicados.
 
Quizá lo que más se envidiaba de Ivo era la posesión de la codiciada llave de la torrecita. Ésta era, en efecto, una pequeña torre situada en un ángulo de la escuela, en cuyo interior se guardaban los libros de lectura. Allí entraba Ivo a buscarlos, y allí volvía a dejarlos, al terminar la clase. La señorita Leocadia se loencomendó a él, nadie sabía en realidad por qué.
 
Ivo estaba muy orgulloso de esta distinción, y por nada del mundo la hubiera cedido. Un día, Mateo Heredia, el más aplicado y estudioso de la escuela, pidió encargarse de la tarea —a todos nos fascinaba el misterioso interior de la torrecita, donde no entramos nunca—, y la señorita Leocadia pareció acceder. Pero Ivo se levantó, y acercándose a lamaestra empezó a hablarle en su voz baja, bizqueando los ojos y moviendo mucho las manos, como tenía por costumbre. La maestra dudó un poco, y al fin dijo:
 
—Quede todo como estaba. Que siga encargándose Ivo de la torrecita.
 
A la salida de la escuela le pregunté:
 
—¿Qué le has dicho a la maestra?
 
Ivo me miró de través y vi relampaguear sus ojos azules.
 
—Le hablé del árbol de oro. 
Sentí una gran curiosidad.
 
—¿Qué árbol?
 
Hacía frío y el camino estaba húmedo, con grandes charcos que brillaban al sol pálido de la tarde. Ivo empezó a chapotear en ellos, sonriendo con misterio.
 
—Si no se lo cuentas a nadie...
 
—Te lo juro, que a nadie se lo diré.
 
Entonces Ivo me explicó:
 
—Veo un árbol de oro. Un árbol completamente de oro: ramas, tronco, hojas...¿sabes? Las hojas no se caen nunca. En verano, en invierno, siempre. Resplandece mucho; tanto, que tengo que cerrar los ojos para que no me duelan.
 
—¡Qué embustero eres! —dije, aunque con algo de zozobra. Ivo me miró con desprecio.
 
—No te lo creas —contestó—. Me es completamente igual que te lo creas o no... ¡Nadie entrará nunca en la torrecita, y a nadie dejaré ver mi árbol de oro! ¡Es mío! Laseñorita Leocadia lo sabe, y no se atreve a darle la llave a Mateo Heredia, ni a nadie... ¡Mientras yo viva, nadie podrá entrar allí y ver mi árbol!
 
Lo dijo de tal forma que no pude evitar el preguntarle:
 
—¿Y cómo lo ves...?
 
—¡Ah, no es fácil —dijo, con aire misterioso—. Cualquiera no podría verlo. Yo sé la rendija exacta.
 
—¿Rendija?...
 
—Sí, una rendija de la pared. Una...
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