ATLAS DE LAS NUBES

Páginas: 30 (7342 palabras) Publicado: 27 de abril de 2016
El atlas de las
nubes
DAVID MITCHELL
Traducción de Víctor V. Úbeda

El diario del Pacífico de Adam
Ewing

Jueves, 7 de noviembre
Más allá de la aldea india, en una playa desierta, me he topado
con una serie de pisadas recientes. A través de algas podridas, cocos
marinos y bambú, las huellas me han llevado hasta su artífice, un
blanco con los pantalones recogidos y el chaquetón de marineroarremangado, la barba arreglada y un enorme gorro de castor, tan
enfrascado en cavar y tamizar la finísima arena con una cucharilla
que sólo ha reparado en mi presencia cuando lo he saludado a unos
diez metros de distancia. Es así como he conocido al doctor Henry
Goose, cirujano de la aristocracia londinense. Su nacionalidad no me
ha sorprendido. No digo que no pueda haber un confín tan remoto o
unaisla tan lejana como para pasar allí una temporada sin tropezarse
con un inglés, pero yo desde luego no los he visto en ningún mapa.
¿Acaso había perdido algo el doctor en aquella orilla desolada?
¿Podía servirle de ayuda? Tras decir que no con la cabeza, desató el
nudo de su pañuelo y me mostró el contenido con evidente orgullo.
—Los dientes, señor mío, son el esmaltado grial de la búsqueda
que metraigo entre manos. Tiempo atrás, esta idílica playa era un
salón de banquetes caníbales donde los fuertes se zampaban a los
débiles. Los dientes los escupían, como hacemos nosotros con los
pipos de las cerezas. Pero estas viles muelas, señor mío, se
transmutarán en oro. ¿Y cómo?, se preguntará. Pues verá, un
artesano de Piccadilly, especializado en dentaduras postizas para
aristócratas, paga unagenerosa suma por los dientes humanos.
¿Sabe a cuánto está el cuarto de libra, señor?
Confesé mi ignorancia.
—¡Pues no seré yo quien lo ilumine, señor: se trata de un secreto
profesional! —Se dio unos golpecitos en la nariz—. Señor Ewing,
¿conoce a la marquesa Grace de Mayfair? ¿No? Pues eso que se
ahorra, porque es un cadáver con enaguas. Hace cinco años que esa
bruja ensució mi buen nombre, síseñor, con unas acusaciones que
me condenaron al ostracismo social. —El doctor Goose miró hacia el
mar—. Ese aciago día dieron comienzo mis peregrinaciones.
Manifesté mi compasión por las vicisitudes del doctor.
—Se lo agradezco, señor, se lo agradezco de veras, pero estas

David Mitchell
nubes

El atlas de las

cuentas de marfil —dijo, agitando el pañuelo— son los ángeles
redentores. Permítameque me explique. La marquesa lleva
dentaduras fabricadas por el susodicho médico. Las próximas
Navidades, cuando esa burra emperifollada tome la palabra en su
baile de los embajadores, yo, Henry Goose, me pondré en pie y
declararé ante todos los presentes que nuestra anfitriona ¡mastica
con piños de caníbal! Sir Hurbert, es de esperar, me desafiará.
«¡Demuéstrelo con pruebas», rugirá ese mastuerzo,«o le exijo un
desagravio!». Y yo replicaré: «¿Pruebas, sir Hubert? ¡Yo mismo recogí
los dientes de su madre de una escupidera de los mares del Sur!
¡Mire, aquí tengo más ejemplares!», y arrojaré estos mismos dientes
a la sopera de sopa de tortuga, y ése, señor mío, ¡ése será mi
desagravio! Los plumillas de lengua viperina despellejarán a la glacial
marquesa en los ecos de sociedad, ¡y si latemporada que viene la
invitan al baile del asilo, ya puede darse con un canto en los dientes!
Le he deseado un buen día y me he despedido apresuradamente.
Me temo que Henry Goose está loco de atar.

Viernes, 8 de noviembre
En el rudimentario astillero que veo desde mi ventana, el trabajo
prosigue en torno al botalón de foque bajo la dirección del señor
Sykes. El señor Walker, el único posadero deOcean Bay, es también
el principal tratante de madera del lugar y alardea de los años que
pasó en Liverpool como arquitecto naval. (Ya estoy lo bastante
versado en materia de protocolo austral como para pasar por alto una
verdad tan inverosímil como ésa). Me ha dicho el señor Sykes que le
hará falta una semana entera para dejar el Prophetess en
condiciones. Siete días enclaustrado en el Musket...
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