CAPITULO 16
Por otro lado, para mi padre lo que Saúl estaba haciendo carecía de toda lógica: era un berrinche infantil, un desplante arrogante de amenaza y desafío. En su ausencia papá sesumió en un tremendo estado de ansiedad, indignación e ira. No se cruzó de brazos aguardando el voluntario retorno del desquiciado vástago: lo buscó -aunque únicamente durante dos días y una noche- por todos los medios a su alcance: acudió a la policía, centros de ayuda juvenil, hospitales, delegaciones, familiares y amigos, pero fue inútil. Y con el paso de interminables horas sin noticias fueacumulando una peligrosa mezcla de tristeza y rencor. No era justo que Saúl hiciera eso. Se le había dado todo cuanto un joven de su edad pudiera pedir. La angustia y desesperación de tener un hijo díscolo se tornaron lentamente en corolarios prácticos: la calle le daría lecciones duras y tarde o temprano valoraría su hogar, justipreciaría a la familia que abandonó y regresaría cambiado.
Ambos seequivocaron. Ni mi hermano retornó cambiado ni mi padre lo recibió con los brazos abiertos.
Por esas cuestiones del destino que nadie puede explicar, sólo papá estaba en casa cuando Saúl llegó. Mi madre y Laura, aunque no solían hacerlo, esa noche habían ido a casa de tía Lucy huyendo, a decir verdad, de las maldiciones y protestas del señor de la casa, quien se mostraba renuente a aceptar (¡deningún modo!) la insistente invitación que le hacían para asistir al curso de superación familiar del día siguiente.
El timbre sonó tres veces.
-¿Quién rayos podrá ser a esta hora? -masculló papá sabiendo que las mujeres traían llave.
Dejó el cómodo sofá de la sala de televisión y se dirigió a la puerta con peor malhumor que el normal.
Tardó unos segundos en reconocer a su hijo.
-¿Saúl?
Surostro pálido le daba a todas luces aspecto enfermo y demacrado. Aunque cabía la posibilidad de que se hubiese aseado últimamente, era evidente que no se había rasurado ni cambiado de ropa desde que se fue.
Mi padre lo contempló sin saber qué hacer. La inesperada aparición le produjo más miedo que gusto. Se volvió de espaldas y dio unos pasos sin invitar a mi hermano a entrar.
La parte emotiva de suser le suplicaba que permitiera a su hijo pasar, ofreciéndole calor, tranquilidad, descanso. Pero el lado cerebral de su persona, que siempre lo dominó, se lo impedía. En ningún tiempo se había dejado llevar por sus emociones y esa vez no iba a ser la excepción. Su raciocinio, aunque en ese trance era un poco turbio, le indicaba que como padre agraviado no podía mostrarse consecuente con lo...
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