Capitulo 8

Páginas: 12 (2805 palabras) Publicado: 3 de abril de 2012
Capítulo VIII
El hombre que acababa de entrar en la sala de Agustina, podría tener unos cuarenta años, aunque su rostro surcado por las arrugas, su cabello y barba encanecidos y su cuerpo ligeramente agobiado, revelaban una vejez prematura, resultado quizá de una vida agitada. Cualquier observador medianamente sagaz, habría adivinado, por el traje y el aire de aquel individuo, que nopertenecía a la clase militar. Vestía un sayo de gamuza, calzones anchos y botas de la misma piel, y al entrar, había arrojado sobre un mueble un sombrero grande y maltratado, sin plumas ni otro adorno alguno. No traía espada, sin embargo de que parecía venir de un largo viaje, y el único objeto por el cual mostraba una atención especial, era una bolsa o saco de cuero, que llevaba a la espalda,pendiente de unas correas, y que colocó cuidadosamente en una mesa.
La mirada penetrante del recién llegado se fijó en Agustina, cuya agitación febril advirtió inmediatamente, y acercándose a ella sin saludarla, le tomó el pulso; con el desembarazo de un médico de profesión.
-¿Qué ha ocurrido aquí de extraordinario? preguntó; ¿ha venido alguien durante mi ausencia?
La viuda no contestóuna palabra a aquellas preguntas y continuó entregada a sus cavilaciones; sin hacer, aparentemente, el menor caso del sujeto que acababa de interrogarla. Éste se echó en un sillón frente al que ocupaba Agustina, extendiendo las piernas como para descansar y apoyando la cabeza en el respaldo.
-¿Sabéis, don Juan, dijo la viuda, que el Adelantado está en la ciudad? [62]
-Sí, contestó elindividuo, bostezando; me lo han dicho en un pueblo de las inmediaciones.
-¿Sabréis también que ha venido con él doña Leonor su hija?
-Es natural, contestó el otro, acompañando aquellas dos palabras con otro bostezo.
Pero lo que no es natural, dijo Agustina, y os sorprenderá sin duda, es que la hija del Adelantado está locamente enamorada de...
-Sí, interrumpió don Juan, delLicenciado de la Cueva, ¿y qué?
-No me interrumpáis, ¡vive Dios!, dijo Agustina, o no concluiremos jamás. Doña Leonor ama a Portocarrero.
-¡A Portocarrero!, exclamó el otro asombrado. Es raro; y luego añadió: ahora ya comprendo por qué estáis esta noche con calentura. Os suministraré el zumo de una preciosa yerba que he encontrado y os pondrá buena inmediatamente.
-No me habléisde vuestros bebistrajos, que los detesto; no sirven para nada.
Herido en su amor propio el interlocutor de la viuda, se medio levantó del sillón, y dijo con impaciencia:
-¡Mis bebistrajos no sirven para nada! ¡Y sois vos la que así habla! Vamos Agustina, que sois ingrata o desmemoriada. Ninguno mejor que la viuda del Capitán Cava puede dar fe de la virtud de las medicinas del médicoherbolario Juan de Peraza.
Al escuchar aquellas palabras, cuyo oculto sentido no era sin duda un enigma para Agustina, esta perdió el color y cubriéndose el rostro con ambas manos, dijo en voz ahogada:
-¡Oh! para eso no niego la eficacia de vuestras yerbas, don Juan. Pero por Dios no hablemos ahora de esto; y perdonad si en la situación en que me hallo, he herido vuestro amor propio. Séque sois un sabio, por tal os tiene la ciudad y a mí menos que a cualquiera me correspondía poner en duda vuestra consumada habilidad.
Aquellas palabras apaciguaron al irritable médico, botánico, o lo que fuese, y cambiando de estilo, dijo a Agustina:
-Pero ¿estáis cierta de lo que me decís?
-Tan cierta, contestó la viuda, como que me lo ha referido el Secretario del Gobernador,Diego Robledo, que acaba de salir de aquí, habiéndome pedido una entrevista [63] por medio del mayordomo, a quien, como sabéis, conozco tiempo hace.
Peraza volvió a alargar las piernas y apoyó de nuevo la cabeza en el respaldo del sillón, sin decir palabra, como reflexionando. La viuda, entonces, se puso a contarle, punto por punto, la anécdota del torneo y la conversación entre doña...
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