Carver-Tres rosas amarillas
Tres rosas amarillas
Raymond Carver
Chejov. La noche del 22 de marzo de 1897, en Moscú, salió a cenar con su amigo y
confidente Ale Suvorin. Suvorin, editor y magnate de la prensa, era un
x ei
reaccionario, un sel f-made man cuyo padre había sido soldado raso en Borodino. Al
igual que Chejov, era nieto de un siervo. Tenían eso en coún: sangre campesina
m
en las venas. Perotanto política como temperamentalmente se hallaban en las
antípodas. Suvorin, sin embargo, era uno de los escasos íntimos de Chejov, y
Chejov gustaba de su compañía.
Naturalmente, fueron al mejor restaurante de la ciudad, un antiguo palacete
llamado L'Ermitage (es
tablecimiento en el que los comensales podían tar horas dar
la mitad de la noche incluso- en dar cuenta de una cena de diezplatos en la que,
como es de rigor, no faltaban los vinos, los licores y el café). Chejov iba, como de
costumbre, impecableente vestido: traje oscuro con chaleco. Llevaba, cómo no,
m
sus eternos quevedos. Aquella noche tenía un aspecto muy similar al de sus
fotografías de ese tiempo. Estaba relajado, jovial. Estrechó la mano del maitre, y
echó una ojeada al vasto comedor. Las recargadas arañasanegaban la sala de un
vivo ful Elegantes hombres y mujeres ocupaban las me Los camareros iban
g or.
s as.
y venían sin cesar. Acababa de sentarse a la mesa, frente a Suvorin, cuando re
pentinamente, sin el menor aviso previo, empezó a brotarle sangre de la boca.
Suvorin y dos camareros lo acompañaron al cuarto de baño y trataron de detener la
hemorragia con bolsas de hielo. Suvorin lollevó luego a su hotel, e hizo que le
prepararan una cama en uno de los cuartos de su suite. Más tarde, después de una
segunda hemorragia, Chejov se avino a ser trasladado a una clínica especializada
en el tratamiento de la tuberculosis y afecciones res
piratorias afines. Cuando
Suvorin fue a visitarlo días después, Chejov se disculpó por el «escándalo» del
restaurante tres noches atrás,pero siguió insis
tiendo en que su estado no era
grave. «Reía y bromea como de costumbre -escribe Suvorin en su diario-,
ba
mientras escupía sangre en un aguamanil.»
Maria Chejov, su hermana menor, fue a visitarlo a la clínica los últimos días de
marzo. Hacía un tiempo de perros; una tormenta de aguanieve se abatía sobre
Moscú, y las calles estaban llenas de montículos de nieve apelmazada.Maria
consiguió a duras penas parar un coche de punto que la lle al hospital. Y llegó
v ase
llena de temor y de in
quietud.
«Anton Pavlovich yacía boca arriba -escribe Ma en sus Memorias-. No le
ria
permitían hablar. Des de saludarle, fui hasta la mesa a fin de ocultar mis
pués
emociones.» Sobre ella, entre botellas de cham
paña, tarros de caviar y ramos de
flores enviados poramigos deseosos de su restablecimiento, Maria vio algo que la
aterrorizó: un dibujo hecho a mano -obra de un especialista, era evidente- de los
pulones de Chejov. (Era de este tipo de bosquejos que los médicos suelen trazar
m
para que los pacien puedan ver en qué consiste su dolencia.) El con
tes
torno de los
pulmones era azul, pero sus mitades superiores estaban coloreadas de rojo. «Me dicuenta de que eran ésas las zonas enfermas», escribe Maria.
También Leon Tolstoi fue una vez a visitarlo. El personal del hospital mostró un
temor reverente al verse en presencia del más eximio escritor del país. (¿El hombre
más famoso de Rusia?) Pese a estar prohibidas las visitas de toda persona ajena al
«nú de los allegados», ¿cómo no permitir que viera a Chejov? Las enfermeras y
cleomédicos internos, en extremo obsequiosos, hicieron pasar al barbudo an
ciano de
aire fiero al cuarto de Chejov. Tolstoi, pese al bajo concepto que tenía del Chejov
autor de tea («¿Adónde le llevan sus personajes? -le pregun a Chejov en cierta
tro
tó
ocasión-. Del diván al traste y del trastero al diván»), apreciaba sus narracio
ro,
nes
cortas. Además -y tan sencillo como eso-, lo...
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