casa muertas capitulo IV la iglesia y el rio

Páginas: 5 (1220 palabras) Publicado: 26 de noviembre de 2013
Capítulo IV. La iglesia y el río
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El padre Pernía, cura de Ortiz, mulato yaracuyano, era muy diferente al padre Franceschini. Tampoco tenía nada del padre Tinedo. De que ardía en su espíritu una fe inquebrantable en su religión, de eso no había duda. Y de que bajo la sotana llevaba pantalones de hombre, tampoco la había. Solamente esa fe y esos pantalones lograron sostenerlo tantos años enmedio de aquellos escombros, sin lamentarse de su destino, sin pedir traslado, como si su dura voluntad emprendedora no tuviera como finalidad la de presenciar impotente la desintegración de aquellos caseríos llaneros. Él, que había nacido para fundar pueblos y no para verlos morir, para suministrar agua de bautismo y no óleo de extremaunción.

Ante el reclamo interior ineludible de fundar algo,fundó tres sociedades: La Sociedad del Corazón de Jesús —rosarios y vía crucis, lectura de Kempis, obras de caridad— para las señoras y las solteronas viejas; las Hijas de María —flores para el altar, «Tantum ergo» en coro, «No me mueve mi Dios para quererte»— para las solteras jóvenes; y las Teresitas del Niño Jesús —estampitas de la Virgen, catecismo de Ripalda, «Venid y vamos todas con floresa María»— para las niñas. Con los hombres nunca logró fundar nada. Profesaban una extraña teoría, impermeable a los más irrefutables argumentos, según la cual la religión era función específica y privativa de las mujeres.

No eran sociedades muy nutridas, naturalmente. Si es que ya casi no quedaba gente en el pueblo, y entre la que quedaba, ¿de dónde sacaban las pobres para comprar los zapatitosde las Teresitas y los velos blancos de las Hijas de María? En cada una de las agrupaciones las integrantes no pasaban de quince, que ya era bastante y que a tantas llegaban porque el padre Pernía era el padre Pernía.

Carmen Rosa fue Teresita del Niño Jesús y ya anhelaba que la ascendieran a Hija de María porque comenzaban a apuntarle los senos. En ese entonces le agradaba infinitamente elrecinto de la iglesia, los santos que lo poblaban, las oraciones que se rezaban en su penumbra, el canturreo de las letanías, la música del viejo órgano.

—¿Cómo no te va a gustar si es la única diversión que existe en Ortiz? —gruñía su descreído amigo el señor Cartaya.

Ciertamente, la iglesia y el río eran ya los dos únicos sitios de solaz, de aturdimiento, que le restaban al pueblo. Ya no serompían piñatas los días de cumpleaños, ni se bailaba con fonógrafo los domingos, ni retumbaban los cobres de la retreta. En mitad de la plaza, montado en su columna blanca desde 1890, el pequeño busto del Libertador, demasiado pequeño para tan alta columna, no supo más de cohetes ni de charangas, de burriquitas ni de palos ensebados.

Un oscuro silencio se extendía, desde el anochecer, sobre lossamanes y los robles de la plaza. Y en el día, cuando se marchaban las lluvias, un sol despiadado amenazaba con hacer morir de sed al desvalido Bolívar del busto.

La iglesia era un edificio digno del viejo Ortiz, el señero vestigio que quedaba en pie del viejo Ortiz. Es cierto que nunca concluyeron la construcción, pero la parte levantada era sólida y hermosa, no enclenque y remilgadacapillita a merced del viento y del aguacero, sino robusto templo hecho, medio hecho porque no estaba hecho del todo, para hacerle frente a las fuerzas destructoras de la naturaleza.

Tanto como el patio de su casa, el ámbito de la iglesia era un rincón de Ortiz que Carmen Rosa tenía en gran estima. Una sola nave, largo rectángulo de alto techo sostenido por poderosas vigas de madera. A la entrada, a laizquierda, trepaba la empinada y angosta escalera que conducía al coro, tan empinada que casi llegaba vertical. Pericote, el muy sinvergüenza, se arrodillaba junto a la puerta, simulando que miraba hacia el altar mayor, cuando en realidad estaba pecando mortalmente por atisbar las pantorrillas de las mujeres que subían por la escalera.

Santa Rosa esplendía en el altar mayor desde una...
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