Cuento Lengua
Aún no entiendo cómo Nicolás y yo sobrevivimos aquella semana, con
el frío, el hambre y el miedo de volver a casa. Habíamos pasado 7 u 8 días sin probar bocado, los huesos nos asomaban cubiertos por una fina
capa de piel, por los agujeros de nuestras ropas, 6 noches sin volver a
casa por miedo a llegar con las manos vacías a los brazos de mi padre. Dormíamos abrazados para protegernos del frío y las heladas de julio.
Una tarde de martes, mi hermano y yo vagábamos por la feria del pueblo gozando de ver los deliciosos manjares que allí había,
cargándonos de impotencia y anhelo.
De pronto, un puesto de vegetales sin un comerciante vigilando. Nicolás y yo nos miramos y enseguida supimos qué hacer, yo tomé una
canasta de uvas y mi hermano un melón, y corrimos sacando fuerzas de
no sé dónde. Muy a lo lejos oímos al verdulero, pero nos escondimos en un callejón y disfrutamos aquel manjar olvidándonos de todo lo demás.
Horas después volvimos a casa, casi sin poder caminar de lo
satisfechos que nos encontrábamos. Abrimos la puerta y dentro nos esperaba la oscura mirada de papá. Preguntó por qué habíamos estado
tanto tiempo fuera y ni siquiera teníamos dinero para alcohol o cigarrillos. Se paró del sillón y nos encerró en casa, se paró frente a
nosotros y levantó su mano, que impactó violentamente dejando roja la
mejilla de mi hermano. Luego fué mi turno. Aquellas cachetadas eran habituales, pero en el momento en que sacó el cigarrillo de su boca y
trató de apagarlo en nuestros brazos, nos dimos cuenta de que
debíamos huir lo más rápido posible de aquella casa, y esta vez no
regresar. A partir de ahí, las noches son cada vez más frías, incluso en los
veranos se nos hace difícil sobrevivir al frío y al hambre. ...
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