Cuento

Páginas: 11 (2719 palabras) Publicado: 12 de agosto de 2013
Un cálido rayo de sol le dio de lleno en la cara. Abrió los ojos, intermitentes, bajo los parpados pesados e indecisos. Esbozo la sonrisa propia del que tiene todo claro en la vida, sin resquicio de dudas ni sombras de flaquezas, dueño absoluto de su destino, gendarme implacable de la felicidad. Se levanto con energía y descorrió las persianas totalmente, le gustaba la prístina presencia deaquella luminosidad debeladora de secretos. En cierta forma odiaba las cosas ocultas, intangibles, misteriosas. El mundo, para él, tenia significado solo si podía, por medio de sus sentidos, darle forma, consistencia y por encima de todo, sentido lógico. Su rutina matutina era un ceremonial de detalles imprescindibles: lavarse los dientes, ducharse, afeitarse y finalmente vestirse, todo en unestricto orden. Conseguir algo fuera de su sitio representaba una verdadera tragedia para Carlos, una superficie polvorienta un motivo de angustia. Todo, en absoluto, tenía su lugar exacto y el aseo era parte imprescindible de una vida excelsa, aunque eso lo llevara, a veces, a extremos verdaderamente preocupantes. En su filosofía de vida, el orden era esencial, tanto interno como externo, no dejaba,por ende, nada al azar ni a la improvisación. Despreciaba la ambigüedad, incluso, para él, las palabras tenían que tener un significado exacto, preciso, en el orden conveniente, quizás por eso detestaba las vidas palíndromas. Una vez finalizado su rutina, se miro al espejo, comprobó que ninguna hebra de cabello se encontrara fuera de lugar, que el rasurado fuera perfecto, afino el nudo de lacorbata y le regalo otra sonrisa al espejo que lo miraba impasible. Salió de la habitación y se dirigió a la cocina donde sus hijos, Martha y Carlitos, desayunaban en completo silencio, pasó revista al desayuno, los alimentos debían ser sanos y nutritivos combustible eficaz para cuerpo y mente, se cercioro del orden y la limpieza y solo en ese momento dio los buenos días y la mirada de aprobación ala señora Carmen, guardiana insufrible, de tan difícil tarea. Luego del desayuno salieron del apartamento y esperaron el ascensor que tardo algunos minutos en llegar, todo previsto por la mirada recurrente al obsecuente reloj de pulsera. Se abrieron las puertas. Dentro, un hombre de tez morena, camisa desabotonada y cuello rodeado de gruesas cadenas de oro, rostro barbado y mirada desafiante,mascullo un saludo incierto. Carlos tuvo que disimular su desagrado. Odiaba aquel tipo de gente, advenedizos, dueños de riqueza de origen dudoso, especímenes de mal gusto y poca educación. Carlos hizo un comentario irónico sobre las prendas de oro que el hombre, sin entender, agradeció halagado. Al llegar a planta baja se toparon con la vecina del piso de arriba quien volvía de pasear a su pequeñoy peludo perro. Carlitos extendió la mano para acariciarlo pero la oportuna intervención de su padre evito una peligrosa exposición a gérmenes y microbios. En un edificio decente debería, era preciso, prohibirse la proliferación de perros y otros bichos peludos. Al fin llegaron al carro, le dio la vuelta para comprobar que no hubiese ocurrido algún percance en la carrocería, paso su mano por labrillante superficie, y quedo satisfecho. Una vez afuera, en la calle, con los cinturones de seguridad en su sitio, se incorporaron al tráfico endemoniado de las horas pico. El caos citadino con los motorizados sin control; los impacientes conductores que no respetan semáforos, ni derechos ajenos y el corneteo incesante ponían de muy mal humor a Carlos, quien en esos casos llevaba la irritabilidadpeligrosamente latente. En más de una oportunidad el improperio y la grosería estuvieron muy cercanos a salir despedidos de su boca, solo la consideración y el ejemplo que debía dar a sus hijos hacían que reprimiera cualquier impulso. Un hombre decente y centrado no debe perder el control jamás en la vida, decía. Sintonizo la radio en su emisora favorita y se abandono a los pensamientos que...
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