Cuento.

Había empezado con una fría mañana de febrero, tenía que salir de mi casa y una tormenta de nieve había llegado a la ciudad. Las calles estaban cubiertas de escarcha blanca, y los autos apenas podíanrecorrer su camino.
El ruido de las limpiadoras de calle me hizo volver al mundo, había estado al menos media hora parada esperando al autobús. Mis pies estaban congelándose, mis dientes castañeabany creo que mis labios ya habían adquirido un color morado. A lo lejos veía lo fúnebre del pueblo, luces tintineantes y chimeneas encendidas, ni un alma en pie y ningún animal a la vista.
Entendíluego de meditarlo un segundo, el autobús hoy no pasaría, no podría siquiera moverse un metro de donde debe de estar con esta nieve. Quise golpearme por lo estúpida que había sido, tanto tiempo paradaahí congelándome, siendo que debería estar ya encaminada.
Casi pude escuchar como mis huesos crujían cuando moví mis piernas, una mueca de dolor llegó a mis labios y mi respiración se entrecorto.Motivada por el recuerdo de “Debes llegar pronto” ignore el dolor y camine.
Recorriendo la carretera un auto extremadamente viejo se para junto a mí, me ofrecerme un aventón, estuve tentada a aceptar laoferta cuando recordé…“Nadie debe verte”, mordí el interior de mi mejilla y apreté los labios, un suave –No. salió después de un rato mirando al hombre que estaba manejando. Antes de que retomara sucamino me fije en su piel, quizás dañada por el carbón de las minas, sus manos ásperas e incluso más oscuras que su cara. Su físico maltratado por el trabajo de la minería que se desarrollaba en elpueblo me recordó porque estaba ahí, caminando en la carretera al borde de una pulmonía.
Sentí como mis pies se hundían más de lo debido en la nieve, esto solo podía pasar cuando la nieve se derretía.Mi mirada se dirigió al cielo, buscando la razón de mi desesperación. Busque un lugar donde esconderme, al menos diez metros a mi redonda no había nada más que nieve y carretera. Mi respiración se...