Cuentos de la Selva

Páginas: 147 (36554 palabras) Publicado: 27 de marzo de 2012
EL SALVAJE
HORACIO QUIROGA









EL SALVAJE




I


EL SUEÑO




Después de traspasar el Guayra, y por un trecho de diez leguas, el río Paraná es inaccesible a la navegación. Constituye allí, entre altísimas barrancas negras, un canal de doscientos metros de ancho y de profundidad insondable. El agua corre a tal velocidad que los vapores, a toda máquina,marcan el paso horas y horas en el mismo sitio. El plano del agua está constantemente desnivelado por el borbollón de los remolinos que en su choque forman conos de absorción, tan hondos a veces, que pueden aspirar de punta a una lancha a vapor. La región, aunque lúgubre por el dominio absoluto del negro del bosque y del basalto, puede hacer las delicias de un botánico, en razón de la humedadambiente reforzada por lluvias copiosísimas, que excitan en la flora guayreña una lujuria fantástica.
En esa región fui huésped, una tarde y una noche, de un hombre extraordinario que había ido a vivir a Guayra, solo como un hongo, porque estaba cansado del comercio de los hombres y de la civilización, que todo se lo daba hecho; por lo que se aburría. Pero como quería ser útil a los que vivíansentados allá abajo aprendiendo en los libros, instaló una pequeña estación meteorológica, que el gobierno argentino tomó bajo su protección.
Nada hubo que observar durante un tiempo a los registros que se recibían de vez en cuando; hasta que un día comenzaron a llegar observaciones de tal magnitud, con tales decímetros de lluvia y tales índices de humedad, que nuestra Central creyó necesariocontrolar aquellas enormidades. Yo partía entonces para una inspección a las estaciones argentinas en el Brasil, arriba del Iguazú; y extendiendo un poco la mano, podía alcanzar hasta allá.
Fue lo que hice. Pero el hombre no tenía nada de divertido. Era un individuo alto, de pelo y barba muy negros, muy pálido a pesar del sol, y con grandes ojos que se clavaban inmóviles en los de uno sindesviarse un milímetro. Con las manos metidas en los bolsillos, me veía llegar sin dar un paso hacia mí. Por fin me tendió la mano, pero cuando ya hacía rato que yo le ofrecía la mía con una sostenida sonrisa.
En el resto de la tarde, que pasamos sentados bajo la veranda de su rancho-chalet, hablamos de generalidades. O mejor dicho, hablé yo, porque el hombre se mostraba muy parco de palabras. Yaunque yo ponía particular empeño en sostener la charla, algo había en la reserva de mi hombre que ahogaba el hábito civilizado de cambiar ideas.
Cayó la noche sumamente pesada. Al concluir de cenar volvimos de nuevo a la veranda, pero nos corrió presto de ella el viento huracanado salpicado de gotas ralas, que barría hasta las sillas. Calmó aquél brusca
mente, y el agua comenzóentonces a caer, la lluvia desplomada y maciza de que no tiene idea quien no la haya sentido tronar horas y horas sobre el monte, sin la más ligera tregua ni el menor soplo de aire en las hojas.
-Creo que tendremos para rato -dije a mi hombre.
-Quién sabe -respondió-. A esta altura del mes no es probable. Aproveché entonces la ruptura del hielo para recordar la misión particular que me habíallevado allá.
-Hace varios meses -comencé-, los registros de su pluviómetro que llegaron a Buenos Aires...
Y mientras exponía el caso, puse de relieve la sorpresa de la Central por el inesperado volumen de aquellas observaciones.
-¿No hubo error? -concluí-. ¿Los índices eran tales como usted los envió?
-Sí -respondió, mirándome de pleno con sus ojos muy abiertos e inmóviles.Me callé entonces, y durante un tiempo que no pude medir, pero que pudo ser muy largo, no cambiamos una palabra. Yo fumaba; él levantaba de rato en rato los ojos a la pared, al exterior, a la lluvia, como si esperara oír algo tras aquel sordo tronar que inundaba la selva. Y para mí, ganado por el vaho de excesiva humedad que llegaba de afuera, persistía el enigma de aquella mirada y de aquella...
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