cuentos

Páginas: 20 (4953 palabras) Publicado: 23 de abril de 2013
El indigno
La imagen que tenemos de la ciudad siempre es algo anacrónica. El café ha degenerado en bar; el zaguán que nos dejaba entrever los patios y la parra es ahora un borroso corredor con un ascensor en el fondo. Así, yo creí durante años que a determinada altura de Talcahuano me esperaba la Librería Buenos Aires; una mañana comprobé que la había reemplazado una casa de antigüedades y medijeron que don Santiago Fischbein, el dueño, había faIlecido. Era más bien obeso; recuerdo menos sus facciones que nuestros largos diálogos. Firme y tranquilo, solía condenar el sionismo, que haría del judío un hombre común, atado, como todos los otros, a una sola tradición y un solo país, sin las com¬plejidades y discordias que ahora lo enriquecen. Estaban compi¬lando, me dijo, una copiosaantología de la obra de Baruch Spinoza, aligerada de todo ese aparato euclidiano que traba la lectura y que da a la fantástica teoría un rigor ilusorio. Me mostró, y no quiso venderme, un curioso ejemplar de la Kabbala denu¬data de Rosenroth, pero en mi biblioteca hay algunos libros de Ginsburg y de Waite que llevan su sello.
Una tarde en que los dos estábamos solos me confió un episodio de su vida,que hoy puedo referir: Cambiaré, como es de prever, algún pormenor.
"-Voy a revelarle una cosa que no he contado a nadie. Ana, mi mujer, no lo sabe, ni siquiera mis amigos más íntimos. Hace ya tantos años que ocurrió que ahora la siento como ajena. A lo mejor le sirve para un cuento, que usted, sin duda, surtirá de puñales. No sé si ya lo he dicho alguna otra vez que soy entre¬rriano. No diré queéramos gauchos judíos; gauchos judíos no hubo nunca. Éramos comerciantes y chacareros. Nací en Urdina¬rrain, de la que apenas guardo memoria; cuando, mis padres se vinieron a Buenos Aires, para abrir una tienda, yo era muy chico.
A unas cuadras quedaba el Maldonado y después los baldíos. Carlyle ha escrito que los hombres precisan héroes. La historia de Grosso me propuso el culto de San Martín,pero en él no hallé más que un militar que había guerreado en Chile y que ahora era una estatua de bronce y el nombre de una plaza. El azar me dio un héroe muy distinto, para desgracia de los dos: Francisco Ferrari. Ésta debe ser la primera vez que lo oye nombrar.
El barrio no era bravo como lo fueron, según dicen, los Corra¬les y el Bajo, pero no había almacén que no contara con su barra decompadritos. Ferrari paraba en el almacén de Triunvirato y Thames. Fue ahí donde ocurrió el incidente que me Ilevó a ser uno de sus adictos. Yo había ido a comprar un cuarto de yerba. Un forastero de melena v bigote se presentó y pidió una ginebra. Ferrari le dijo con suavidad:
- Dígame ¿no nos vimos anteanoche en el baile de la Juliana? ¿De dónde viene?
- De San Cristóbal - dijo el otro.
- Miconsejo - insinuó Ferrari - es que no vuelva por aquí. Hay gente sin respeto que es capaz de hacerle pasar un mal rato.
El de San Cristóbal se fue con bigote y todo. Tal vez no fuera menos hombre que el otro, pero sabía que ahí estaba la barra.
Desde esa tarde Francisco Ferrari fue el héroe que mis quince años anhelaban. Era morocho, más bien alto, de buena planta, buen mozo a la manera de la época.Siempre andaba de negro. Un segundo episodio nos acercó. Yo estaba con mi madre y mi tía; nos cruzamos con unos muchachones y uno le dijo fuerte a los otros:
- Déjenlas pasar. Carne vieja.
Yo no supe qué hacer. En eso intervino Ferrari, que salía de su casa.. Se encaró con el provocador y le dijo:
- Si andás con ganas de meterte con alguien, ¿por qué no te metés conmigo más bien?
Los fuefiliando, uno por uno, despacio, y nadie contestó una palabra. Lo conocían.
Se encogió de hombros, nos saludó y se fue. Antes de alejarse, me dijo:
- Si no tenés nada que hacer, pasá luego por el boliche. Me quedé anonadado. Sarah, mi tía, sentenció:
- Un caballero que hace respetar a las damas.
Mi madre, para sacarme del apuro, observó:
- Yo diría más bien un compadre que no quiere que haya...
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