Cuentos

Páginas: 8 (1829 palabras) Publicado: 10 de junio de 2012
Un drama de nuestro tiempo
Fernando Sorrentino
Este episodio ocurrió cuando la juventud y el optimismo eran atributos que me acompañaban.
En el barrio de Las Cañitas, y por la calle Matienzo, corrían las tibiezas de octubre. Serían las once de la mañana y era jueves, el único día de la semana que el horario escolar me dejaba en plenitud para mí: yo era profesor de Lengua y Literatura en más deun colegio secundario, tenía veintisiete años y un ilimitado entusiasmo hacia la imaginación y hacia los libros.
Me hallaba sentado en el balcón, tomando mate y releyendo, después de unos tres lustros, las encantadoras aventuras de Las minas del rey Salomón: noté con alguna tristeza que ya no me gustaban tanto como entonces.
De pronto supe que alguien me estaba mirando.
Alcé la vista. En unode los balcones del edificio de enfrente, y a la misma altura del mío, sorprendí la presencia de una muchacha. Levanté la mano y le mandé un saludo. Ella me dijo chau con el brazo y abandonó el balcón.
Interesado en las posibles derivaciones, traté de entrever el interior de su departamento, sin ningún resultado.
«Ésta no sale más», me dije, y volví a la lectura. No habría leído diez líneas,cuando reapareció, ahora con anteojos ahumados, y se sentó en una reposera.
Empecé a prodigarme en gestos y ademanes infructuosos. La muchacha leía —o fingía leer— una revista. «Es un ardid», pensé; «no puede ser que no me vea, y ahora se ha puesto en exposición, para que yo la contemple.» No podía distinguirle bien las facciones, pero sí el cuerpo: alto y delgado; el pelo, lacio y oscuro, le caía aplomo sobre los hombros. En conjunto, me pareció una hermosa muchacha, de unos veinticuatro o veinticinco años.
Abandoné el balcón, fui al dormitorio, la espié a través de la persiana: ella miraba hacia mi casa. Entonces salí corriendo y la sorprendí en esa postura culpable.
La saludé con un ampuloso ademán, que exigía la recíproca. En efecto, me retribuyó el saludo. Después de los saludos, lonormal es iniciar una conversación. Pero, desde luego, no íbamos a gritarnos de vereda a vereda. Entonces efectué con el índice derecho cerca de mi oreja ese movimiento giratorio que, como todo el mundo sabe, significa pedir permiso para llamar por teléfono. Metiendo la cabeza entre los hombros y abriendo manos y brazos, la muchacha me contestó, una y otra vez, que no entendía. ¡Canalla! ¿Cómo noiba a entender?
Entré, desenchufé el teléfono y regresé con él al balcón. Lo exhibí, como un trofeo deportivo, alzándolo con ambas manos sobre la cabeza. «Y, taradita, ¿entendés o no entendés?» Sí, entendía: el rostro le relampagueó en una sonrisa blanca y me respondió con un gesto afirmativo.
Muy bien: ya tenía autorización para telefonearle. Sólo que ignoraba su número. Era menesterpreguntárselo mediante mímica.
Recurrí a gestos y ademanes muy complejos. Formular la pregunta resultaba difícil, pero ella sabía perfectamente qué necesitaba conocer yo. Por supuesto, y tal como suelen proceder las mujeres, quería divertirse un poco conmigo.
Jugó hasta donde le fue posible. Y, por último, fingió comprender lo que ya, desde el principio, había entendido sin dudar.
Dibujó con el índice unosjeroglíficos en el aire. Me di cuenta de que ella escribía para su propia lectura y de que me era necesario «decodificar» los rasgos que yo veía como ubicado tras un cristal. Con este método de leer en espejo obtuve las siete cifras que me pondrían en comunicación con la bella vecina de la casa de enfrente.
Yo estaba contentísimo. Enchufé el teléfono y disqué. Al primer ring, levantaron el tubo:—¡Sííí...! —atronó en mi oído una gruesa voz de hombre.
Sorprendido por esta bifurcación, vacilé un instante.
—¿Quién habla? —agregó el vozarrón, ya con un matiz de cólera y de impaciencia.
—Este... —musité, amedrentado—. ¿Hablo con el 771...?
—¡Más fuerte, señor! —me interrumpió, de modo insoportable—. ¡No se escucha nada, señor! ¿Con quién quiere hablar, señor?
Dijo más fuerte en lugar...
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