cuentos

Páginas: 7 (1525 palabras) Publicado: 1 de octubre de 2014
Connie era apasionada por las infusiones. La recuerdo caminando -su cuerpito inclinado sobre la taza de café o de té verde- por la madera recién encerada del piso de su casa, haciendo equilibrio para no volcar, ni siquiera, una gota.
Llegaba hasta el sillón de mimbre y se sentaba a escuchar, mirando al frente, la conversación de turno. Sonriendo, tiraba la cabeza hacia atrás con los ojoscerrados cuando algo, por fin, le causaba alguna gracia.
Nunca alejaba del todo la taza de su boca. Bebía de a sorbos con sus labios delgados y grises. El humo fantasmal le empañaba un poco los anteojos.
A veces pienso –sobre todo ahora- que Connie nació para mirar. Como todo destino, es fatal y poco feliz.
Nos daba, ella, una sensación de fragilidad. Esa incómoda sensación que nos dan las cosascaras; esas cosas que sabemos que, al momento de romperse, desquebrajarse o agrietarse, nos pueden llegar a salir caro. Quizás, demasiado caro.
Así la veía yo, como algo ajeno, mientras caminaba balanceándose un poco, mirando con sus dos ojos grandes y negros, perfectamente circulares y esféricos, hacia adelante, fijamente, por encima del marco azul de sus anteojos. Como pensando que se habíaolvidado de algo, que algo había dejado o, incluso peor, que algo la había dejado a ella.
María no fue celosa de Coni, pero nunca le gustó que yo la visitara de noche. Creía que la noche predisponía al deseo; lo exageraba, lo caricaturizaba. Tenía razón, en cierto sentido. La noche nos des-vela, nos proscribe a ser quiénes realmente somos. La noche es fascista con nuestros cuerpos y con nuestraspulsiones.
Cuando iba a su casa, de noche, casi siempre pintábamos. Pero era algo más que eso; era una praxis erótica, nuestra íntima manera de amarnos sin la necesidad de recurrir, como tantos otros, al profano acto en el que interviene la carne y la humedad.
Poníamos los atriles enfrentados, nuestras caras enfrentadas se miraban. Luego bajábamos la vista y comenzábamos, serios, a pintar. Ella lohacía mucho mejor que yo, que siempre pinté entendiendo a la actividad como un hobby.
El momento del clímax –aquel momento que yo esperaba pero que de ninguna manera me atrevía a reclamar- era el momento en que mi compañera se cansaba de pintar; entonces, utilizando los dedos índice y pulgar, se apretaba los párpados con fuerza y, mirándome, me invitaba a sumirme en el juego. En su juego.Entonces comenzaba.
Agarraba algo de pintura –podía ser amarrilla, roja, violeta o ese verde ceniza- y me la desparramaba por toda la piel. Yo me defendía, por supuesto. Le pintaba los ojos, los labios –me gustaba pintárselos de celeste- y las rodillas. A veces me atrevía a mancharle con rojo el ombligo- una mancha ondulada, paralela al dibujo de sus curvas. Pero entonces ella se enojaba y se iba,encerrándose en su pieza por varios minutos, a veces, incluso, por horas.
Era su manera de decirme que lo que había hecho era una infracción, que no lo repitiera.
No le gustaba que la tocaran. Los únicos contactos físicos que tenía eran conmigo, y siempre en ese juego de la pintura. Sin esa mediación era imposible lograr más que un roce.
Nunca nos quitábamos la ropa del todo. Su desnudez solollegaba hasta el abdomen, los muslos y los brazos.
Que fuera yo el único partenaire de ese juego – entre infantil y erótico- me generaba un sentimiento de exclusividad, como deben sentirse los miembros de los cenáculos literarios más secretos.
Sentí en cierto momento –y esto tengo que confesarlo- que Connie me pertenecía. Que yo era su dueño.
Pero bastaba con una mirada suya para pensar que talvez era al revés.
Tal vez el sometido era yo.


*


Aun no entiendo la muerte de Connie. Todos imaginábamos que moriría de un suicidio premeditado con frialdad, estudiando hasta el más mínimo detalle de su cese.
O de un arrebato de locura.
Pero no de esa muerte, torpe e indigna.
Martes soleado en pleno invierno. Ella salía de su casa y, al cruzar la calle, su celular se cayó al...
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