Danielle steel joyas

Páginas: 655 (163647 palabras) Publicado: 4 de enero de 2011
DANIELLE STEEL

Traducción de José Manuel Pomares

grijalbo

Título original:
JEWELS
Traducido de la edición de Delacorte Press,
Bantam Doubleday dell Publishing Group , Inc., Nueva York, 1992
Cubierta: SDD, Servéis de Disseny, S. A.
© 1992, DANIELLE STEEL
© 1992, EDICIONES GRIJALBO, S.A.
Aragó, 385, Barcelona
Primera edición
Reservados todos los derechosISBN: 84-253-2477-7
Depósito legal: B. 32.907-1992
Impreso en Novagrafik, Puigcerda, 127, Barcelona

Edición digital y corrección Adrastea, Septiembre de 2006.

Esto es una copia de seguridad de mi libro original en papel, para mi uso personal. Si llega a tus manos es en calidad de préstamo y deberás destruirlo una vez lo hayas leído, no pudiendo hacerse, en ningún caso, difusiónni uso comercial del mismo.

Para Popeye

Tan sólo se ama una vez en el espacio de una vida, una sola vez, que surge de repente, y nos acompaña para siempre.... Tanto en la vida... como en la muerte, así.... mi dulce amor, eres mío. Mi primer y único amor... para siempre.

De todo corazón,Olivia
1

El aire de ese resplandeciente día de verano era sosegado, tanto que se podían oír los trinos de los pájaros o cualquier otro sonido a kilómetros de distancia. Sarah se sentó plácidamente a mirar por la ventana. El parque había sido trazado de forma brillante y estaba muy cuidado. Los jardines los había diseñado Le Nôtre, como hiciera con los de Versalles; las altísimas yverdes copas de los árboles daban un aspecto señorial al parque del Château de la Meuze. El château tenía unos cuatrocientos años de antigüedad, y Sarah, duquesa de Whitfield, había vivido en él durante los últimos cincuenta y dos años. Se instaló allí con William, cuando apenas era una chiquilla, y sonrió al recordar los dos perros del guardián persiguiéndose en la distancia. Su sonrisa seacentuó al pensar en cuánto disfrutaría Max con los dos jóvenes perros pastores.
Siempre experimentaba una sensación de paz al mirar, allí sentada, el parque en el que tanto había trabajado. Era fácil recordar la desesperación de la guerra, el hambre interminable, los campos privados de sus habituales frutos. Todo había sido tan difícil, tan diferente..., y resultaba extraño. Nunca como ahora lequedaba tan lejano..., cincuenta años..., medio siglo. Bajó la mirada a sus manos, a los anillos de esmeraldas, enormes y perfectamente talladas, que casi siempre llevaba puestos, y se sorprendió al ver las manos de una anciana. Gracias a Dios aún eran bonitas, gráciles y útiles, pero eran las manos de una mujer de setenta y cinco años. Había vivido mucho y bien; demasiado, pensaba a veces; demasiadotiempo sin William y, sin embargo, siempre surgían, más cosas que hacer, que ver, más cosas en las que pensar, planear y supervisar con sus hijos. Se sentía agradecida por los años transcurridos, y ni siquiera ahora tenía la sensación de que todo hubiera acabado. Siempre aparecía algún cambio imprevisto que afrontar, algún acontecimiento difícil de prever que exigía su atención. Era extrañopensar que todavía la necesitasen; menos de lo que creían, cierto, pero pese a esto acudían a ella con frecuencia, haciéndola sentirse importante para ellos, y todavía útil. Y, además, estaban sus hijos. Se emocionó al pensar en ellos y los buscó con la mirada, de pie ante la ventana, desde donde podía verlos llegar..., ver sus caras, sonrientes o disgustados al bajar del coche, y mirar expectanteshacia las ventanas. Era como si supieran con certeza que ella estaría eternamente allí, mirándolos. No importaba qué otra cosa tuviera que hacer; la tarde en que ellos llegaban indefectiblemente encontraba alguna tarea en su pequeño y elegante salón, mientras los esperaba. Incluso después de todos aquellos años, ya crecidos, se sentía conmovida por la ilusión de ver sus caras, y oír sus historias y...
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