Desencanto

Desencanto

Llevo ya siete horas en la cola del Bicentenario. En ese lapso he tomado café cuatro veces, escupido dos chicles, he tomado malta y agua, charlado con mis vecinas de cola (muy pocosimpáticas, la verdad) y chateado hasta el hartazgo con casi todos mis contactos telefónicos. Mi mayor preocupación ahora es que la batería del celular agoniza y estoy a más de cien metros de la entradaal supermercado. Pronto me voy a quedar sin opciones para neutralizar el aburrimiento. Mis pies ya me están doliendo, pero no pienso sentarme en el suelo y ensuciar mis leggings azules nuevos. Aunquequerer lucir bien en una cola del Bicentenario es algo tonto.
Y la tapa del frasco es ese militar que custodia la cola, que parece más bien querer vigilar mis piernas. Eso me pone de peor humor.Sólo espero que esta vez no haya desorden, empujones y gritos como la semana anterior.

Es increíble por lo que se tiene que pasar para poder comer, me siento humillada. Pero tengo tres hijos, un marido yuna suegra que alimentar… Mejor cállate, Maritza y haz tu cola que falta poco para llegar.

Por fin sali de ese suplicio. Me voy con dos paquetes de arroz, aceite, algo de harina, pasta ymantequilla. Y lo mejor: pollo y dos kilos de carne. Una carne espantosa, pero ni modo. Siento que tengo un pequeño tesoro en mis manos. Por fin mis hijos van a cenar mejor hoy y mi marido se sentiráorgulloso.
Son alegrías extrañas, que antes ni existían. Me pregunto si así será en los países cuando están en guerra. Mejor apuro el paso que esta zona no me gusta. De pronto, siento un tirón quehala mis leggings hacia abajo dejándome imprevistamente en pantaletas. Siento la ráfaga de aire en las piernas. Suelto las bolsas de golpe para subirme el pantalón. En el acto, dos muchachos toman delsuelo las bolsas de comida y huyen. Aunque grito, corro tras ellos cinco, diez, treinta metros no sirve de nada pues no se detienen. Busco desesperadamente al militar que me buceaba sin pudor y ahora...